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Cecilia Casado

A partir de los 50

Saber pedir consejo: una actitud inteligente

 

Crecí en una cultura en la que la personalidad pasaba por estar seguro de uno mismo, saber siempre lo que había que hacer y no depender de nadie para tomar decisiones. Una barbaridad, vamos. En aquellos tiempos del siglo pasado de autoestima no hablaba nadie, ni mucho menos de emprendimiento, ni de coaching y los únicos gurús que se llevaban el gato al agua eran los que ponían de moda los iconos aupados a la fama más por el marketing que por méritos propios. En este contexto en el que yo pasé mi juventud y parte de mi vida adulta, lo de “pedir consejo” era considerado una debilidad y no un acto inteligente.

De esa manera bruta e insana se tomaban decisiones “por llevar la contraria” a quien manejaba la férula, en un acto desesperado de afirmación de la personalidad sin más fundamento que un grito semiahogado de libertad mal entendida. Parecía que uno siempre tenía que estar seguro de lo que hacía contra viento y marea y, en el fondo, lo que hacíamos era pasarnos la opinión ajena por el arco de triunfo sin pararnos a pensar en la remotísima posibilidad de estar equivocados. Y, lógicamente, así pasó lo que pasó.

En lo público y en lo personal.

¿Qué joven hizo caso del consejo de sus padres cuando decían “ese chico no te conviene”? ¿Qué pareja se paró a meditar el consejo de sus mayores cuando les dijeron “no os metáis en una hipoteca sin un trabajo fijo”? ¿Quién tuvo la humildad suficiente como para reconocer que era muy difícil “resistir la tentación” del tipo que fuera?

Y de esa manera –y de mil otras- se nos llenó el mapa vital de parejas que no se sabían amar, de familias quebradizas y de hijos no planificados. Los consejos que nos habían dado nuestros padres cayeron en saco roto y después todo fue crujir y rechinar de dientes y aunque supiéramos que tenían razón, antes nos dejábamos cortar un dedo que dársela: cuestión del orgullo estúpido de la inexperiencia.

A lo largo de mi vida he recibido cientos de consejos y todos los he escuchado…para hacer luego lo que he considerado oportuno aun corriendo el riesgo de meter la pata hasta el corvejón. ¿Me habría ido mejor si los hubiera meditado y tenido la suficiente humildad como para seguirlos? ¡Seguramente! Pero a toro pasado ya nada tiene ni pizca de interés.

Yo no he dado consejos en mi vida a nadie. Principalmente porque soy consciente de que no tengo autoridad moral alguna para darlos (si acaso alguna sugerencia muy meditada) y, oh cruel paradoja, ahora que tengo la provecta edad en la que se supone que la sabiduría ya ha empezado a instalarse en mi alma al igual que las arrugas en mi piel, soy yo la que recabo opiniones ajenas y solicito ayuda emocional en forma de consejo.

Y no me va mal. Porque desde fuera se alcanza la perspectiva que da el no estar implicado en el problema, porque los demás pueden ser más inteligentes que nosotros y ver la solución cuando nosotros no somos capaces de ver más que una maraña de enredos. Porque ahora soy un poco más humilde que antaño y más pragmática y eso que he ganado.

Yo pido consejo a mis amigos y pido consejo a mis hijas. Los primeros me lo dan al amparo de la lucidez y el cariño; las segundas, se sorprenden de que parezca que no estoy segura de lo que tengo que hacer cuando toda la vida he mantenido la imagen contraria. ¡Qué le vamos a hacer! Igual es que ahora valoro más las actitudes inteligentes…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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