De todos es sabido que hay gente tranquilísima a la que se le pega fuego la sartén y, sin aspavientos, cortan la luz o el gas, buscan una tapadera grande y sofocan el fuego sin alterarse. Otros hay que empiezan a pegar gritos y salen corriendo a la calle con los pelos de punta. Luego, hacen un parte al seguro…
Mantener la calma en situaciones que requieren de una actuación eficaz y contundente es algo que no se puede comprobar hasta que te toca. Desde quedarte encerrada en el ascensor a la altura del piso quince y mientras llegan los bomberos chatear por facebook la jugada –doy fe-, hasta ver cómo un conciudadano sufre un ataque cardíaco en plena calle y sacar fotos con el móvil mientras llega la ambulancia.
No sabemos cómo reaccionaríamos por mucho que hagamos conjeturas porque en el momento de la emergencia a unos la adrenalina les llega a borbotones y a otros los paraliza.
Mi perrillo Elur sigue enfermo porque lo suyo es incurable y con la edad –ya tiene ocho años- va explorando su pequeño cerebro nuevos caminos insospechados. El sábado pasado empezó a revolverse, inquietísimo, a girar como un tiovivo y, antes de que me diera la risa, pegó un brinco, un chillido angustioso mientras pedaleaba en el aire y se quedó tieso como un palo. ¡Epilepsia! pensé. ¿Qué hacer? Lo acosté en su camita y le estuve acariciando hasta que recuperó el sentido; entonces me miró con sus ojillos amorosos, me reconoció y se durmió, agotado. Con calma, lo tomé en brazos y lo llevé al veterinario que me dijo que “menos mal que sabías lo que hay que hacer” y yo me callé porque…no sabía nada, tan sólo actué como me salió de dentro.
Para los animales no hay 112 que valga, ni ambulancias, ni paramédicos. Para los animales no hay más que la “ley de vida” que es la ley del más fuerte y poco más. Es decir, lo que resista el corazón o mientras llegue oxígeno al cerebro. Poco más.
Cuando todo pasó me vino el llanto como un desahogo emocional y primario de la tensión acumulada al hacer frente a la situación de emergencia. Cuando todo pasó me vino la reflexión… ¿Qué sentido tiene la vida de este perrito que fue comprado con dinero por ser bonito y tener pedigrí y lucir sus lanas blancas? ¡Un esclavo, un lucimiento! ¡Jamás en la vida compraré un ser vivo como si fuera un vestido de Zara para lucirlo y dejarlo en el fondo del armario cuando esté pasado de moda…! ¡Es un ser con vida y derecho a disfrutarla igual que nosotros! Pero no puede ser; no tienen derechos ni hay leyes efectivas que los amparen, si bien es cierto que se castiga a los humanos que los dañan o maltratan, pero no dejan de nacer y morir para lucro y negocio de quien los “cría” para su venta.
Me he alejado del tema del post –lo lamento-, pero supongo que necesitaba de alguna manera expresar mi desaliento y pena ante el comercio de animales. ¡Las protectoras están llenas de huérfanos!
El caso es que un poquito de fenobarbital ha dejado a mi Elur querido tranquilo y dormido; mucho más que a mí que no puedo –ni quiero- dejarlo solo en casa por la intranquilidad de que le vuelva a dar un ataque y no esté yo cerca para acariciar su cabecita y susurrarle palabras bonitas que él entiende. (Del sábado aquí, le han vuelto a dar dos más, pero menos aparatosos)
Este perrillo “heredado” me está dando grandes lecciones y ha conseguido lo que ningún “animal de dos patas” había logrado en los últimos tiempos: hacerme llorar por amor.
En fin.
LaAlquimista
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