Pudiera parecer que ya todo está dicho sobre el tema y que las personas que comparten el pan y la sal saben perfectamente dónde están los límites propios para no traspasar los límites ajenos. Pero si nos fijamos en lo deterioradas que están las normas de convivencia pública –en la calle se ven demasiados desafueros- cabe pensar que de puertas para adentro tampoco se guardarán demasiado las formas.
Así que voy a hacer la lista (me encantan las listas) de las normas de convivencia mías, personales, las que le aplico de momento a mi perro y que, algún día, quién sabe, volveré a actualizar si alguien sugiere compartir espacio con una servidora. Ya digo que son MIS normas y no necesariamente tienen que coincidir con las de los demás, aunque todo sería negociable, faltaría más, estamos aquí para ceder lo que haga falta en bien de la paz mundial y de la personal.
Los pisos modernos son pequeños para el común de los mortales, o sea que es también común “tropezarse” por el pasillo o estorbarse en la cocina o desesperarse a la puerta del baño cuando está ocupado, así que mi primera norma consiste en dejarse de urgencias pasionales y utilizar la inteligencia que es lo que se nos supone a los mayores de cincuenta años.
Si vamos a convivir con alguien, elijamos pues un lugar donde haya SUFICIENTE ESPACIO. (Así evitaremos que, un suponer, nos digan algún día eso tan horrible de:”necesito espacio”) ¿Que el piso tiene dos dormitorios? Pues uno para ti y otro para mí –y cada uno con su baño privado, faltaría más. ¡No es tan difícil! Lo más lógico es que los hijos –de haberlos- ya hayan volado y quede alguna habitación desocupada. ¡Aprovechémosla inteligentemente!
Para convivir hace falta primero poder vivir a gusto con uno mismo. Tener la mínima privacidad para demorarse en la cama o ante el armario abierto o frente al espejo después de la ducha. Compartir el lecho cuando apetece es un placer sólo comparado con el que se siente cuando la cama vuelve a pertenecernos en privado. Como algunos familiares: ¡qué gusto cuando vienen y qué gusto cuando se van! La cocina sirve para dos –un chef y un pinche- y el salón puede estar provisto de un sillón para cada uno ¿por qué no? La televisión es más problemática –en mi caso no lo creo- pero se arregla fácilmente con ordenadores personales y cascos ad hoc.
Compartir la vida con otra persona no tiene porqué ser una fuente continua de encontronazos, disensiones y los consiguientes malos humores.
Yo sé mucho de convivencia porque he compartido el pan y la sal, los baños y la cocina con algunas personas. Cuando estuve casada, cuando no estuve casada y con mis hijas en todos los casos. Con el paso del tiempo he sido capaz de ir “perfeccionando” el sistema. Y digo yo: si se le da a cada hijo su propia habitación para que tenga intimidad –cosa lógica y ajustada a derecho- ¿por qué los mayores no podemos tener también cada uno nuestro propio espacio inviolable?
Y cuando todo va como la seda compartir el espacio común y tan felices.
O sea que la lista de mis normas para la convivencia feliz (o moderadamente feliz) empieza por lo pragmático:
En realidad, estas normas son las que he venido aplicando –con mucho éxito, a excepción del último punto, en los años de convivencia con mis dos hijas o solo con la pequeña que tardó un poco más en volar por su cuenta. Se trata de buscar la posibilidad de sentirse “compañeros de piso” más que “condenados atados al mismo grillete”.Y funciona, vaya que si funciona.
En fin.
LaAlquimista
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