El viernes tocó “fiestuki con amigas” -con la excusa de un cumpleaños- y acabamos la noche pegando saltos en un pub-disco y trasgrediendo un par de normas. Cualquiera de nosotras habría perdido todos los puntos del carnet de un plumazo en el hipotético caso de que hubiéramos sido capaces de meter la llave del coche en el contacto y tan imprudentes como para intentar hacerlo.

 Y está bien así, qué caramba, que no todo va a ser ir de “formalitas” por la vida. Allí estábamos, sin orden ni concierto y faltando alguna que no pudo venir, desde la soltera a la divorciada pasando por la bien casada (que era la que más saltos daba cuando nos fuimos a bailar) disfrutando de la amistad que nos une más allá de cualquier eventual desacuerdo. Cuando nos juntamos ya sabemos que hay que vestirse de “buen rollito” que es lo que mejor nos sienta a todas.

Yo no me retiré ni la primera ni la última –caí al filo de las cuatro de la mañana- pero al día siguiente, con una monumental resaca, afónica y sedienta (de agua esta vez), me di cuenta de que NECESITABA hacer lo que hice (salir de juerga), porque constaté que me estaba convirtiendo en una “señora mayor” por imposición social y en contra de mi voluntad.

Y es que asumimos unos roles determinados con la edad que marca el DNI y… ¡es un error muy grande! ¿Qué pasa? ¿Que a partir de los cincuenta ya no puedes despendolarte cómo, cuándo y cuánto quieras? ¿Es acaso privilegio único de la juventud el hacerlo? ¡Con lo sano que es para la mente correrse una juerga de vez en cuando! (El cuerpo va por su cuenta, pero ya se recuperará con una buena siesta y mucha agua)

Da igual lo que hiciéramos –que obviamente no voy a contar en público so pena de que me cuelguen de los pulgares; lo que importa es cómo nos sentimos, el “chute” de autoestima de vernos todas tan guapísimas con el ojo pintado, el “subidón” de adrenalina al darnos cuenta de que sigue habiendo ganas de bailar, de hacer risas e incluso algunas tonterías imprevistas (sin consecuencias penales), de sentirnos en santa cofradía femenina sin intención ni de epatar, ni de depredar a nadie. ¿El alcohol? Bueno, ayuda un poco, – por eso mejor que sea de buena calidad-…

Al filo de las tres de la mañana me paré a pensar, en un paréntesis de unos pocos segundos, que yo era la mayor de todo el grupo, que con la más “pequeña” me llevo la friolera de… ¡veinte años! Y que, sinceramente, ni a mí ni a nadie le importaba nada.

Y es que las mujeres –y supongo que también muchos hombres- cuando vamos cumpliendo lustros se nos va poniendo cara de circunstancias, como si se nos hurtara la  capacidad de disfrutar de la vida, de reir desmelenadamente o, como diría mi querida abuela, la única obligación fuera “comportarse” y punto pelota. Tengo ya algunos amigos que siempre se están quejando de que están cansados, les duele el cuerpo –ora aquí, ora allá- y dedican el tiempo libre a recuperar fuerzas en el sofá de la sala para volver al “tajo” y seguir ganando dinero. Lo peor de todo es cuando pienso si no estarán convencidos realmente de que la vida es aburrida, rutinaria, monótona y sin gracia alguna…

El chute de energía positiva que me ha dado salir de juerga con mis amigas es equiparable con pocas cosas buenas. Bueno, quizás con alguna cosa, pero ese es otro tema que también tocaremos otro día que no me retumbe la cabeza con los tambores matutinos después de los violines, violones y violas de amore de la noche.

En fin.

LaAlquimista

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