Que haya armonía en la “casa interior” es algo que perseguimos muchos seres humanos que hemos despertado de los letargos socio-familiares que han imperado durante demasiados lustros en nuestro modus vivendi. Que haya armonía y paz en los entresijos de nuestra alma quizás haya dejado de ser una utopía porque ya vamos dando forma a otro modus operandi.
Quizás el penúltimo caballo de batalla consista en dirimir el pulso entre la mente y el corazón, esos dos gigantescos pilares de la existencia que nacieron peleándose y morirán –casi seguramente- con la victoria pírrica de uno de ellos para desgracia y desconsuelo del “continente” que los habita.
Ser reflexivo o racional no es ni un defecto ni una virtud sino una cualidad del individuo que no se adquiere sino que se trae de fábrica. Se podrá morigerar esa tendencia o espolearla un poco si hace falta, pero cada uno es como es y no hay más cera que la que arde.
Dejarse llevar por los dictados/impulsos del corazón no denota ni debilidad ni especial sensibilidad sino que es otra característica que se aposenta en el individuo sin que se pueda hacer gran cosa para apartarla (como si fuera una mosca molesta). Es cualidad mal vista socialmente, vituperada por los racionales del párrafo anterior y que, desgraciadamente, suele acarrear consecuencias imprevisibles a quienes la ostentan sin rubor.
Entre lo uno y lo otro he ido viviendo varios decenios y no sería capaz de decir si mis decisiones vitales han estado más influenciadas por la mente o por el corazón porque siento que en mi interior ha habido tantos días de pasión sofocante con galerna incluída como fríos inhóspitos y humedades tristísimas.
Y como no me gusta definirme –porque pienso que definir es limitar de alguna manera- me he dedicado a preguntar a mis amigos y allegados (no a todos, claro está, sino a los que considero más “sabios”, si en su consideración yo entraba a formar parte de la lista de personas “racionales” o me situarían en la parte de las personas “temperamentales”.
¡Qué curioso es observar y observar y observar!
Digamos que la partida se ha quedado en tablas, habiendo obtenido parecida puntuación ambas facciones.
¿Cómo es posible? ¡Si yo soy la que siempre soy y no hay vuelta de hoja! ¿No será acaso que los ojos del observador modifican la cualidad de lo observado?
*“Radicalmente cerebral” –me contestó sin titubeo alguno mi mejor amiga.
Pues nada, ahí os dejo a todos con vuestras opiniones que una ya tiene bastante con “maridar” bien lo que tiene en la “despensa” como para encima romperme la cabeza con “gastronomías” desconocidas.
Eso me pasa por preguntar…
En fin.
LaAlquimista
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