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Cecilia Casado

A partir de los 50

Poesía al atardecer

Llevamos unos días tormentosos, con la mar revuelta y el cielo peleón. El Mediterráneo acoge vientos extraños y también se baña a golpe de corrientes y remolinos. La gente que disfruta de vacaciones confisca su disfrute y se desorienta, como esas moscas que se golpean contra la ventana, se agolpa en las salas de los hoteles o en la terraza del apartamento mirando a lo lejos como con pena, maldiciendo a los dioses o a la mala suerte mientras la televisión permanece impertérrita e histérica en algún rincón.

Este tiempo –que es todo un déjà vu- me invita a dar un paseo, a pisar los charcos que tanto le gustan a mi perro y se me despierta la nostalgia de cuando calzaba katiuskas; quizás parezca ahora un dislate meterse en el agua encharcada sin desviar el paso pero la sonrisa de volver a ser niño por un instante y saber que no va a haber regañina al volver a casa me ofrecen el ímpetu necesario.

El mar sigue entonando su canto monocorde, esas pequeñas olas de siete en siete, desbordando la espuma con delicadeza, insistentes como un amor que no queremos dejar escapar, una y otra vez, atrapando la mirada que no se pierde sino que se encuentra –por fin- con la poesía de la tarde.

 

 

La luz perfila el horizonte y lo pinta con sombras a gusto del observador; aquellas nubes grises me traen la nostalgia de la distancia a la que se fue un corazón que latía cerca, aquélla otra pintada de rosa le está diciendo al sol que se puede retirar a dormir porque la noche es joven y se va a llenar de deseo. El juego infantil de dar formas a las nubes, -casi olvidado ya-: “mira, mira, parece un perro…no, un cordero…y aquella grande de allá un elefante con la trompa levantada…”

Juego ahora a componer una estampa bucólica, “mujer leyendo poemas a la orilla del mar”, e imaginar que no soy yo sino la niña que sueña, que no andan mis pasos mojados en la piedra después de la lluvia sino que me crecieron las alas y ya nada importa.

Si yo fuera poeta o poetisa sufriendo versos los compondría en este instante, contemplando el atardecer de una tarde de verano envuelta en olor a salitre y mirando a mi perrillo hocicar entre las algas mojadas, tristes. Si tuviera el cuaderno verde y el lápiz –quizás- escribiría cuatro tonterías con un poco de rima y las dejaría partir con la penúltima ola, mensaje con palabras de aire y pena en la botella vacía que se hundirá o se estrellará contra las rocas en cuanto llegue al mar.

Si yo tuviera más gracia de la que tengo para escribir poemas no estaría aquí imaginando lo distinto en este atardecer friolento y ventoso frente del mar. Porque presiento que los poetas vuelven a casa, al calor, donde les esperan las musas y una sopa caliente y dejan el cuaderno y el lápiz en la entrada, junto a los zapatos manchados del agua y el barro de la vida.

Si yo fuera yo y no esta imagen inventada, me subiría la capucha del chubasquero y dejaría que el agua de la lluvia –pertinaz como un amor que no se quiere marchar- se mezclara con las gotas dulces de esa otra agua que brota desde el rincón desde el que se mira y ya no se logra ver.

La noche llega rápida para alivio de quienes han desperdiciado un día de vacaciones a la orilla del mar. Envueltos en sus mantas, cerrarán los puños para dormir rápido y esperar el nuevo día. Quizás si sigue lloviendo ya nadie tendrá ganas de hacer un poco de poesía, pero yo me he permitido dejarme llevar por mis impulsos y he jugado impunemente a rimar mis emociones…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Fotografías: Cecilia Casado

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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