Ahora mismo estamos divididos en dos facciones irreconciliables: los que salen de vacaciones en Semana Santa y los que se quedan en casa. No hay más cera que la que arde y, por las fechas, debería arder mucha. La Semana Santa se ha reciclado de acuerdo a pulcros intereses mercantiles; nada da más dinero que una habitación “con vistas” a las procesiones en el Sur o un “todo incluido” en un hotel al borde del mar con los arcones congeladores a rebosar de pescaítos y croquetas. La galera surca el calendario y nosotros somos sus galeotes; voluntarios, pero galeotes. Se ha vendido todo para todos los destinos. Medio mundo trabaja a destajo para que la otra mitad disfrute de sus vacaciones: esto es el equilibrio, una paradoja inevitable.
Yo misma estoy en la otra punta del mapa habitual por motivos más que justificadamente lúdicos y felices y, por supuesto, me creo con derecho a ello. De vez en cuando pienso un rato en los que no pueden viajar o disfrutar porque están en paro o les acordona una valla de alambre en alguna frontera europea; también guardo mi minuto de silencio dolido y compungido por la barbarie de todas las guerras, por las bombas, los muertos, las familias destrozadas y ansío en el fondo de mi corazón que termine el dolor y que la paz sea el camino. Pero hace calor y no sé si pedirle al camarero una cerveza o un mojito.
Mirar el mundo y la vida por el agujerito pequeño de la propia realidad, convencerse de que lo que nosotros hacemos es “lo normal y lo correcto” cuesta muy poco; de hecho nos enseñaron desde muy pequeños a ir arrimando el ascua a nuestra sardina según la conveniencia del momento. Aquellos padres o abuelos de mi infancia que se quedaban en casa en Semana Santa rezando, asistiendo a oficios religiosos, sintiendo el dolor de los clavos perforando la carne del Cristo y comiendo torrijas como penitencia por aquello del ayuno y la abstinencia, ya no se acuerdan de nada. Y a sus hijos o nietos –nosotros- nos parece ridículo y absurdo haber vivido durante cuarenta años (algunos muchos más) bajo la férula de costumbres religiosas impuestas a machamartillo. Así que nos liberamos de aquella servidumbre hace unos cuantos lustros, declaramos el Estado oficialmente laico y dejamos de ir a misa excepto en bodas –cada vez menos- y funerales –cada vez más. El único duelo apresurado es por los atentados cercanos, nunca por los lejanos, sería un sinvivir si no.
La Semana Santa debería cambiar de nombre porque ya no es lo que era. Quiero decir que se me antoja un poco absurdo imaginar cómo unos padres inteligentes les van a explicar a sus hijos este paripé que de religioso no tiene más que el nombre y de santo ni un triste aroma lejano.
Recuerdo las semanas santas de mi infancia (también tristes y oscuras) con los cines cerrados, la radio emitiendo gregorianos o algo de J.S.Bach, la película de Marcelino pan y vino un año tras otro, los sermones de la montaña retransmitidos en sonsonete desde alguna catedral, el recogimiento familiar, la falta de ganas, el aburrimiento de unas fechas supuestamente vacacionales en las que ni siquiera se podía comer pollo porque estaba prohibido –aunque la norma eclesial permitiera el marisco y la merluza del Cantábrico. ¡Entonces éramos “santos” todos por decreto ley! Recuerdo aquellos tiempos porque la memoria me sirve para compararlos con estos, tan distintos. Siento que son mejores ahora porque ya no nos damos golpes en el pecho pase lo que pase en la televisión (y cuanto más lejos mejor); probablemente sean mejores estos tiempos porque la calidad de vida se mide de forma diferente, viajando sobre todo, gastando dinero, bien o mal, pero gastándolo y publicando en facebook las fotos mágicas de los mágicos destinos elegidos. Los que se han ido “al pueblo” beben vino y comen jamón, que tampoco está mal.
Ha cambiado tanto la Semana Santa que ya no la reconoce ni dios, pero no importa, él también tendría que reciclarse caso de que se fijara en lo que pasa por aquí…
En fin.
*Propongo avivar los recuerdos relatando los que todavía sobrevivan de nuestras infancia. ¡Seguro que resulta una tarea muy divertida!
LaAlquimista
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