Supongo que esto es una verdad de Perogrullo porque difícilmente se podrá encontrar a alguien que la refute sin ruborizarse, pero es el caso que llevo una temporada larga como que me cuesta cada vez más provocarme la mirada positiva con la que decidí vivir ya hace bastantes años, esa personal “alquimia” que me permitía hacer malabares con emociones y sentimientos y transmutar los grises en brillantes, los gritos en susurros y las lágrimas en agua de mar.
Cada vez ando más alejada de un “mundo piruleta” –por dejarme de eufemismos- y manchadas las manos con el óxido de las utopías viejas y roñosas. Igual es porque ahora viajo menos y leo más las noticias, igual es porque –y no sé porqué- empecé hace unos años a interesarme por la política y sus entresijos desde que apareció junto con la primavera de mayo un rayo de esperanza aupado en la indignación colectiva.
Ciudades y países devastados, cientos de miles de seres humanos sufriendo agonías de pesadilla, pueblos masacrados, mujeres violadas, niños torturados, conciencias partidas en dos de un hachazo. ¿Hacia dónde mirar ahora?
Leo el maravilloso libro de Joan Garriga Bacardí, “Vivir en el alma” y siento que aún es posible una conciencia colectiva de bondad y bien común; pero también leo el descarnado testimonio de Xavier Aldekoa en “Océano África” donde se desmenuza el dolor y la tragedia de cada litro de “oro negro” sacado de sus entrañas para proveer de petróleo a los países “civilizados”. Leo las tragedias de Mali, veo a las niñas con bolsas de plástico en los pies de la República Democrática del Congo, me entero de la “lobola” o cómo se compra una novia en Sudáfrica, tiemblo con los “ángeles negros” de Angola y sigo el rosario espeluznante por Camerún, República Centroafricana, Botsuana, Kenia, Somalia, Etiopia, Eritrea… y yo también sé que África no existe (como decía Kapúscinski) pero sí los africanos…
Imaginando África y Oriente y las guerras y los fusiles y machetes en manos que fueron inocentes me encoleriza menos la corrupción de aquí al lado, casi me parece una anécdota vivir entre ladrones de guante blanco y no entre asesinos con camisa de camuflaje. Busco en el mapamundi un lugar donde el hombre no esté matando al hombre, me chirría el mapa donde la ausencia de Derechos Humanos lo tiñe de rojo o no sé qué decir cuando alguien –un mexicano cultivado e inteligente- me hizo ver hace poco que “ser europea es un privilegio”.
Sí, debe ser un privilegio vivir diez centímetros más al Norte o diez más a la derecha de las guerras, hambrunas, desigualdades, locuras fruto de la pobreza, la iniquidad y la maldad del ser humano para con sus hermanos.
Nos limitamos a luchar con los problemas “de Occidente”: un yanki megalómano y vanidoso al que ahora le apetece ser presidente, la obesidad por exceso de alimentación y una generalizada conciencia laxa que todo lo justifica en nombre de la supervivencia del propio ombligo.
No me gusta el mundo en el que vivo y no voy a hacer chistes sobre si es el mejor de los mundos posibles (Leibniz no quiso decir lo que nosotros hemos entendido) o si cada nación tiene el Gobierno que se merece (aunque en nuestro caso le doy la razón a Churchill), pero me quedo con pocas alternativas para vivir en paz con mi conciencia.
Creo que era Baroja quien decía algo así como que “si la contemplación del mundo que te rodea te resulta insoportable, dirige tu mirada hacia otro lado”; puntillosamente hablando quedan pocos lugares hacia los que mirar, como no sea hacia el propio interior y trabajar lo espiritual, pero… ¿cuándo estaremos preparados?
En fin.
LaAlquimista
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Fotografía: Amanda Arruti