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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Es lícito esperar algo a cambio de lo que se da?

 

La respuesta a esta pregunta –en absoluto retórica- me ha hecho consumir muchas neuronas y otras tantas horas de “discusión” con mis amistades porque cuando se plantea la cuestión enseguida salen los bienpensantes y bienhablantes diciendo que, por favor, por supuesto que no hay que esperar nada a cambio de lo que se da, que tener expectativas es de ilusos o egoístas, que hay que ir por la vida sin echar las cuentas de cuánto se da y cuánto se recibe y bla bla bla.

A mí esta actitud “buenista” me huele a hipocresía porque últimamente mi olfato acierta tanto como mi entendimiento. Lo primero de todo, -les digo- porque tengo que ser honesta conmigo misma y reconocer que también puedo ser egoísta, y lo segundo, porque mi coherencia no me permite predicar lo que no voy a seguir yo misma; también porque la vida, la observación de la vida, me ha llevado a la constatación de que ni es oro todo lo que reluce ni hay tanta generosidad de boquilla como parece haber.

Ejemplos los hay a patadas, desde luego, pero pongamos alguno sencillito. Imaginemos que es el día de nuestro cumpleaños e invitamos a la familia a comer. Cocinamos con esmero y vaciamos la cartera con esmero también. Llegan los postres y sacamos el champán para brindar; alguien entona el “cumpleaños feliz” y como ya es un poco tarde, van desfilando, agradecen las viandas compartidas y se van. Sin ofrecer un solo regalo. ¿Acaso no era lícito esperar que hubiera un detalle por su parte? (Aplíquese el cuento a los que asisten a cualquier evento, convite, boda o festejo similar)

En otro orden de cosas, pensemos en los amigos. Imaginemos que tenemos un buen amigo; ése que “está ahí para lo que haga falta” pero que, en realidad, no mueve un dedo por hacer un plan, concertar una cita o compartir un rato. Nosotros le llamamos, contamos con él, le proponemos planes y le invitamos a cenar a casa; él acude cuando le viene bien, pero no corresponde a nuestra amistad ni a nuestra amabilidad. Un buen día, dejamos de llamarle porque sentimos que hay un desequilibrio y cuando –al cabo de varias semanas- se da cuenta y reclama nuestra atención, se indigna al enterarse de que se esperaba de él algo a cambio de lo que le habíamos dado.

En la pareja hay mil y una situaciones similares; se supone la ayuda mutua, el consuelo, compartir las alegrías y las penas, el apoyo emocional y, en definitiva, una cierta entrega a la causa. Pero cuando hay desequilibrio entre lo que se da y lo que se recibe surgen las chispas –cuando no las tormentas eléctricas- y entonces uno saca el cuaderno de notas mental donde ha ido apuntando todo lo que dio y todo lo que recibió a cambio, como en el extracto bancario donde figuran los intereses al lado del capital invertido. Esto no es ni bueno ni malo, ni justo ni injusto; más bien, inevitable.

Hipócritas demasiadas veces, con una voz decimos que “el amor no exige nada a cambio” y con otra bien distinta reclamamos lo que consideramos nos es debido. Aunque lo bien visto sea ir de generosos por la vida, mucho me temo que una cosa es lo que predicamos y otra bien distinta lo que luego llevamos a cabo cuando sale nuestra verdadera esencia, esa que es a veces generosa y a veces egoísta, esa que quiere ver los frutos de lo que se ha sembrado, esa que –aunque sea a largo plazo- necesita y quiere recibir lo mismo que se ofreció.

Cuando escucho a alguien de edad provecta proclamar que no espera en la vejez nada de sus hijos a pesar de  “todo lo que ha hecho por ellos”, me quedo pensativa. ¿Será verdad lo que dice o lo hace para quedar bien? ¿Aceptará de buen grado que, en su ancianidad, sus hijos le dejen arrumbado al rincón de los trastos…?

Así que aquí queda abierta la discusión. Espero que seamos todos más sinceros que políticamente correctos…

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


abril 2016
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