“Hoy se ha despertado con la complacencia del Universo sobre la almohada. El vaivén adormecedor del barco insufló poesía a un rostro perturbadoramente febril que se dirigió a ella a última hora del día, cuando los viajeros de la época romántica saldaban sus cuitas mirando al mar en el silencio de la soledad, apoyados con una ensayada negligencia en la barandilla de estribor.
Tomar la decisión de realizar un crucero para celebrar sus cuarenta años era el sueño arañado al aburrimiento durante mucho tiempo. Aunque en realidad tenía cuarenta y ocho pero a quién le importaba ese pequeño detalle si lo que ella buscaba era esa aventura que la desentumecería de la ausencia de pasión consentida.
Así que renovó su vestuario y sus ilusiones, reivindicó su decisión frente a marido e hijos, calló la boca y el juicio de su propia madre y partió rumbo a las islas que inauguró Homero y puso de moda Kavafis.
El aire salino hizo buenas migas con su aire supuestamente lánguido, había leído no pocas novelas en las que la protagonista –que ella gustaba llamar heroína- miraba al infinito con sonrisa meliflua incluso cuando tenía delante el consomé al jerez de la cena. Hay una imagen congelada del sombrero prendido en el chal de gasa y un viento que remueve la pasión escondida; metáforas en el equipaje, best-seller en el corazón.
Cada escala acentuaba el misterio. Puertos con olor a especias e inmundicias, hombres semi-desnudos como semi-dioses, torsos al sol, el sudor del deseo, las miradas comprensivas, expectantes, al acecho…
Se emborrachó de retsina y pescado con espinas para dejarse desgarrar la ropa sobre la arena y los guijarros del anochecer. Calmó sus ansias y colmó sus vacíos, la boca mordida, el corazón manoseado, la memoria olvidada en la caja fuerte del hotel.
Él era moreno y cetrino por el sol y el salitre, ella rubia y lánguida por genética y educación. Él sabía lo que quería y lo buscaba, ella ignorante eterna, alumna estropeada por la poca dedicación. Ambos tenían un proyecto en común, ese proyecto que la mujer llamó amor y el hombre negocio, tan viejo como la vida el uno y el otro, descrito en los poemas y los libros de texto: el conquistador bien recibido y el conquistado satisfecho.
Una nueva mujer arremolina sus ropas y les da forma de equipaje para volver a casa. Guarda el cuaderno invisible donde ha apuntado cada mirada, subrayado cada beso, dejado que cayeran los borrones de sudor e imaginado el esperma cual perfume. Es la vivencia para sobrevivir, para seguir adelante, el aire para respirar, el recuerdo para calentar el cuerpo cuando, de nuevo, se enfrente a la heladez cotidiana.
Ha sido una locura, lo sabe y lo oculta, pero no se arrepiente. Aunque sea una vez en la vida se merecía ser libre y feliz, loca y hermosa, diosa y esclava de sí misma, de su cielo y de su infierno, sin nadie que le ate el yugo al alma.”
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Tengo que dejar de escribir estas fantasías o guardar mejor el cuaderno donde las apunto; cualquier día mi marido me va a pillar y no quiero dar explicaciones porque serían como reproches, como hacerle a él culpable de lo que yo me quito de la boca y de la vida. O a los hijos, que no saben pero intuyen cuando me miran con pena durante un minuto seguido y me dicen adiós y me quedo en el sofá de ver la tele, ahí quieta, siempre quieta cuando ellos se van a vivir y yo me quedo en casa a soñar que vivo.
El psiquiatra dice que mi neurosis es muy normal, que formo parte del colectivo de amas de casa aburridas primero y deprimidas después por haber puesto mis esperanzas en la vida en formar una familia, atender al marido y criar a los hijos y me he olvidado de mí misma, y puede que tenga razón, pero dejé mi vida atrás hace demasiado tiempo, ya no hay vuelta de hoja, todo sería demasiado cansado y difícil. Total, es mi destino, o como dice mi hija, es lo que hay.
En fin.
LaAlquimista
*¿Quién no tiene sueños fantasiosos para contar?
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