Una vez, hace ya muchísimos años, un psiquiatra decidió que me encontraba muy mal y que para poder seguir manteniendo el ritmo laboral debía tomar unas pastillas conducentes a amortiguar el dolor que me laceraba el alma. Nada del otro mundo, pensé. Pero al cabo de unos días empecé a notar cambios en mi interior y, si bien me hallaba más calmada y tranquila, es decir, drogada, también mi cuerpo empezó a hacer cosas rarísimas. Como hincharse aunque no comiera mucho, obligarme a dormir más horas de las convenientes y, sobre todo, pegarle un bajonazo a la libido que más parecía ya una ancianita de vuelta de todo placer terrenal.
Aguanté varias semanas y decidí entonces, sin encomendarme a Dios ni al Diablo, dejar la medicación. El primer día me sentí rara, el segundo más rara aún, pero a partir del tercero me volvieron las ganas de muchas cosas y dejé de estar “adormecida” ante la vida y ante el dolor. Es decir, preferí vivir lo que me tocaba vivir a anestesiarme la conciencia y todo lo demás. Cuando volví donde el galeno aquel y le expliqué que por mi cuenta había dado por finiquitado el tratamiento me endilgó un rapapolvo de los buenos: que si “eso hay que hacerlo paulatinamente”, que si “has cometido un disparate” y yo le dije que sí, que de acuerdo, pero que me diera el alta y se dejara de milongas.
Así aprendí a “desintoxicarme a la brava”. Lo he vuelto a hacer cada vez que me ha hecho falta, bien para dejar atrás a alguna persona tóxica, bien para no sentir amarrada la voluntad a nada ni a nadie. Y a eso voy, por fin, a explicarme.
Hace poco escuché confesar a Ana Pastor –mujer a la que admiro, la periodista, no la política- que lo primero y lo último que hacía al despertar al nuevo día y al cerrar los ojos era encender y apagar el móvil. Que estaba “colgada” de él, que era su droga y… la de media humanidad. Me miré y le di la razón aunque me fastidió un montón reconocerme en el mismo esquema que ella había planteado. Me acordé entonces del médico aquel que me dijo que el ser humano no sería nunca libre mientras estuviera sujeto a cualquier tipo de enfermedad porque siempre buscará el alivio, consuelo o paliativo.
Pensé que lo nuestro –o lo mío- era una enfermedad también; la de la dependencia del teléfono móvil o de las redes sociales, sí, eso que todo el mundo va haciendo por la calle con riesgo de colisión y que no es otra cosa que mirar el móvil en vez de mirar hacia delante como nos enseñaron de pequeños para no dejarnos los dientes en un encontronazo. Pensé que necesitaba una pequeña cura de desintoxicación de tanto aparato que funciona con baterías y lo he hecho –otra vez- a la brava. Diez días sin móvil, sin Internet, sin conexión. Y no me ha pasado nada… o casi nada.
Lógicamente he tenido que irme lejos del barullo urbanita, donde no hay eventos ni citas ni compromisos ni rien de rien. Al bosque, al silencio, a las ardillas, las dunas, la mar océana, el paté y el pastís.
Nada tan fácil –en apariencia- como rechazar el roaming, el wifi, y tener las manos libres, pero libres de verdad, sin nada en ellas más que los bastones para hacer un poco de marcha nórdica e ir recogiendo las primeras flores del bosque o las últimas piñas del invierno.
Elur ha dado buenos paseos a mi lado con su trotecillo cada vez menos ligero pero siempre agradecido. He sacado chispas a mis botas de monte y al cortavientos llevando en el bolsillo únicamente mi vieja cámara de fotos digital (todos tuvimos una antes de que se incorporaran a los móviles). Tan sólo he revisado el correo electrónico personal en ordenador ajeno por si había alguna emergencia familiar. Por lo demás, nada digno de destacar como no sea mi buen color, la anchísima sonrisa y la paz, siempre la paz.
Sigo siendo la misma pero con un poco menos de tontería a cuestas, más ligereza en la mente y la certeza de que “si quiero, puedo”. Y no me refiero únicamente a la dependencia obsesiva del móvil sino…a muchas más cosas.
Ahora que he vuelto del bosque a los ladrillos y el asfalto sé que soy un poco más libre. Y con eso me basta.
En fin.
LaAlquimista
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Fotografías: Cecilia Casado