Caca de topo | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Caca de topo

 

Tengo mi sitio ideal para leer en una pequeña butaca junto al ventanal. Desde ahí veo el monte y la calle, los árboles grandes y la gente un poco pequeña; a veces me distraigo siguiendo los pasos de alguien, yo les miro y ellos no me ven, es una sensación extraña. Si es por la tarde me da el sol de lleno y el brazo izquierdo se me calienta mientras que el derecho se queda destemplado. Si cruzo las piernas las rodillas enseguida empiezan a protestar y me muevo tanto que acabo poniéndome nerviosa. No obstante, sigo intentando leer, ese es mi sitio ideal para hacerlo, o por lo menos así lo he decidido yo y necesito aprender la lección, cualquier lección, antes de irme con la música –y el libro- a otra parte.

Ayer fui a comprar una barra de pan, la de siempre, una romanita se llama no sé bien porqué pero bueno. La etiqueta del precio indicaba 1,15€ y entre paréntesis (1,20€) que yo sé que es el precio del día domingo, suben 5 céntimos el precio para que tomemos conciencia de que alguien ha tenido que hacer horas extras. Pedí mi barra y saqué el dinero justo (soy de las que de vez en cuando agarra la calderilla y decide deshacerse de ella, como si fueran recuerdos viejos). La dependienta me miró con mirada asesina, supongo que ella cobraba también muy poco por su trabajo y cuando acabó de sumar moneditas me miró desafiante (de nuevo) y me espetó: “faltan 10 céntimos”. No dudé ni por un instante de que se equivocaba, había yo contado los txampones antes de salir de casa y los llevaba en el bolsillo, todos juntos, así que le dije que no, que le había dado exactamente un euro y quince céntimos, a lo que ella, ya un poquito nerviosa adujo que la romanita rústica que me había dado costaba a 1,25€. – Ah, bueno, le dije, disculpa pues, pero como pone en el precio 1,15€. y hoy es jueves… –Es que está mal puesto el precio –sentenció por fin- eso es lo que cuesta la normal pero la rústica cuesta a 1,25. Punto pelota.

A mí es que no me agrada discutir impunemente y si es por dinero menos todavía, comprendo que la gente se equivoca o intente timarte, no sé, pongamos cobrándote una botella de más en el restaurante o dándote las vueltas de 20 cuando le has dado 50, pero que me intenten sacar 10 céntimos de más por la cara…ahí ya es que pierdo el oremus. Quise saber hasta dónde estaba dispuesta esta feliz asalariada a llegar para defender los 10 céntimos de la franquicia panadera para la que trabaja y le argumenté que lo que ella pretendía era lo mismo que si se hubiera comprado unos zapatos (ella) en cuya etiqueta ponía 39,95 y en caja le dijeran que el precio era 49,95, vamos, que pague el cliente el error y no quien lo ha cometido. Ella –muy joven o muy cansada- insistió y yo pensé que me estaba pasando siete pueblos así que, como no tenía más monedas, le di un billete (el único que llevaba) de 50€ para que se cobrase lo que faltaba.

Cuando me pasan estas cosas es como cuando me siento a leer junto al ventanal y no me concentro, divago sobre la inanidad de la vida o sobre la insoportable levedad de todo y de todos, o me da por pensar lo bonito que sería enamorarse una vez más a mi edad, aunque fuera la penúltima, y volver a temblar de emoción por tonterías o escribiendo un descolorido poema de amor para acompañar a las veinte canciones desesperadas que ahora me resuenan.

Acaba de pasar una ambulancia con su estruendo inarmonioso; dentro llevará una esperanza truncada o un miedo por confirmar. No me gustan las ambulancias, hacen demasiado ruido y el que va dentro tiene que estar temblando de miedo pensando que se va a morir no de lo que le ha metido en ese vehículo sino por un accidente de tráfico. –“Ambulancia volcada en la subida a Hospitales. Dos muertos. El conductor y su acompañante”. Esas cosas pienso mientras tuesto un trozo de pan para untarlo con algo a media tarde. Siempre me da hambre pensar en estas cosas.

Mi perrillo viene raudo al olor del tostadito, él ya sabe que si yo como come él, que le comparto mi comida ya que no puedo confiarle mis pensamientos, mucho menos mis temores, alguna vez que otra me ha visto llorar y pone cara de no entender, estoy segura de que no puede entenderme por mucho que digan los “filocanes” que están llenos de sentimientos bondadosos e intuición perruna. No sé, yo más bien pienso que este mundo es diferente para los del otro lado del ventanal, para la chica de la panadería, el que va en la ambulancia y cualquier animalillo del señor. Al pan le he puesto aceite y un poco de sal y me lo como mientras pienso en lo que decía Epicuro: “que para ser feliz basta con no tener hambre ni sed y vivir tranquilamente”.

O como dicen los japoneses –o Murakami en sus relatos-, “caca de topo”.

En fin.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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