Cuando se va a la playa con la sana idea de dar un buen paseo por la orilla culminándolo con un buen chapuzón, queda mucho tiempo libre. El tiempo que el común de los mortales utiliza para tumbarse en la arena y entregarse con pasión descontrolada a las caricias y quemaduras del sol o el tiempo que se demora en el chiringuito de las cervezas o tras el librillo de sudokus a mí se me estira sin prisa y sin pausa. Bajo la sombrilla preceptiva prefiero estar en silencio a volcarme en una cháchara ocasional; sin pinganillos que traen música o malas noticias, sin un triste ebook que me fatigue la vista, sin cubo ni palas ni nietos con los que jugar, me entrego sin temor alguno a reflexionar, elucubrar o imaginar sobre todo lo que aparece por los aledaños de mi campo visual.
De momento poca gente en lontananza; son las ocho y media de la mañana y quien trabaja ya ha tenido su ración diaria de playa y quien no lo hace está todavía remoloneando alrededor del café con leche y las tostadas. He caminado veinte minutos hacia la izquierda y treinta hacia la derecha –los bríos matutinos se me agotan enseguida; un baño sin que me dé miedo el agua fresca se impone para mantener la sensación de vigor y movimiento. Luego me quito la ropa mojada y recupero el calorcito corporal dejando que el sol acaricie la sombrilla y me alcance filtrado y de refilón, como los amores a partir de cierta edad.
Y a mirar, que es gratis.
Me inventé un juego hace varios años consistente en identificar a los paseantes cotidianos e imaginar sus historias, los porqués y el cómo de sus andares y su ritmo, el trasfondo de los gestos, el sentido y la intención. Tonterías para distraerme pero que, sin darme cuenta apenas, me integra en un grupo de gente afín, el de quienes en solitario prefieren caminar… y no sólo por la orilla del mar. Cuando pasan frente a mi puesto de observación quizás han sentido mi mirada y algunos –al cabo de dos o tres días- esbozan un gesto de reconocimiento o saludo. Me miran con la misma curiosidad que yo les miro a ellos, la playa es pública, nuestras actitudes también. Hay más mujeres que hombres, ellas con sombreros y pamelas, ellos quizás con alguna gorra, pero preferiblemente con el cráneo expuesto al sol. No hay pudores absurdos en la exhibición del cuerpo; gente con sobrepeso la mayoría, blandiendo arrugas como medallas, canas o calvas naturales, todos ligerísimos de ropa no pueden esconder lo que los ropajes maquillan: la edad, el cansancio, los excesos o las carencias, la enfermedad, la vida a fin de cuentas.
Los jóvenes pasean poco; llegan a la playa con el ángelus arrastrando legañas, sueño y quizás algo de resaca, como si les pesara el cuerpo más por divertirse que por cargar con la vida a cuestas. Yo también lo hice, afortunadamente cada época de mi vida interpreté el papel que me correspondía, al igual que ahora que me quedo bajo mi veraniego sombrero viendo a la gente pasar, ideando el menú entre ensaladas y pescados, cerrando los ojos un instante para acordarme de cuando aquí mismo, en esta misma playa, jugaba con mis hijas a que la vida era eterna, el mar un parque de juegos, el sol la caricia que excita en vez de abrasar y la arena el material con el que construiríamos tantos castillos.
Me he hecho mayor, soy una señora se mire por donde se mire, abuela principiante de una criatura que me quita el sentido incluso en la distancia, pero por las mañanas, el Mediterráneo apacible me remansa los sueños que siempre tuve, me marea un poco y por un instante aparece aquella joven en bikini, veo a la mujer con el bitter en la mano, a la amatxo con las cremas a cuestas, y miro mis manos y releo la historia pasada porque nada ha cambiado en ellas, son las mismas que jugaron, temblaron, soportaron, acariciaron y moldearon parte de la propia arcilla y de algunas otras que por ellas pasaron.
Son ya las diez y media y recojo mis bártulos; ahora que todos vienen, yo me voy. Esto debe ser lo que decían los abuelos: “estar de vuelta de todo”. Y así seguirá siendo hasta el final…
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com