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Cecilia Casado

A partir de los 50

Matrimonios de conveniencia

 

 

Quizás hemos creído de buena fe que el concepto “matrimonio de conveniencia” se limitaba a aquéllos que se pergeñaban hace unos cien años o más entre familias que querían unir, conservar y enriquecer sus bienes o tierras como una costumbre tirando a decimonónica y trasnochada. O que en otras culturas y religiones se sigue utilizando en la actualidad “vendiendo” a la mujer para que procree, sirva y trabaje para el hombre. Sin embargo muy sorprendidos quedaríamos si parásemos la vista no demasiado lejos de nuestra casa y observáramos cómo funcionan muchísimos matrimonios de esta época y esta sociedad nuestra.

Quizás hayamos creído que un “matrimonio de conveniencia” se prepara cuando los miembros del mismo comienzan la andadura en común y no nos hemos parado a pensar que también puede ser la degeneración o metamorfosis de un matrimonio “por amor” al cabo de varios lustros de convivencia.

Los intentos que hice en el pasado de durar matrimonialmente junto a un hombre no superaron los siete años de convivencia. Dicen que es una cifra fatal –los siete años- y que sobreviene la crisis y es muy difícil superarla sin dejarse la piel en el empeño. A veces se intenta arreglar –esa crisis- con un nuevo hijo; o con una separación temporal para “tomar aire”. Otras, se acude a una terapia de pareja o a un crucero por el Nilo. En casi todos los casos, los que siguen adelante, lo deben de tener muy claro si es que el amor ya no es lo que era y se ha transformado en ese “cariño” que dicen nace de la convivencia más de “compañeros de piso” que de otra cosa.

No sé mucho de los matrimonios felices que se quieren después de veinte o treinta años como el primer día; no sé muchos de los que siguen bien avenidos, respetándose y queriéndose caiga quien caiga. Y digo que no sé porque no entro en “el dormitorio” donde la pareja desvela sus luces y sus sombras. Las parejas que “se llevan bien” no dicen ni mú. El insigne Tolstoi lo reflejó perfectamente en la genial frase de obertura de Anna Karenina. “Todas las familias felices se parecen; pero las infelices lo son cada una a su manera”.

Son las parejas que tienen problemas las que airean sus chirridos y manifiestan sus encontronazos, por no hablar de un larvado sentimiento de rabia y culpa hacia “el otro” que, como siempre, es el que tiene la culpa de la infelicidad propia.

Los matrimonios de conveniencia existen entre nosotros y están muy presentes en el entramado social al que pertenecemos. No hace falta ir demasiado lejos para toparse con unos cuantos, puede incluso que  haya alguno colgando de una rama del árbol genealógico…

Conocí de primera mano a un hombre “mal casado” e infeliz a tumba abierta; después de quince años de matrimonio la vida le había “engañado” –según él- en todo. No le llegó la felicidad al casarse con una mujer de mal carácter –que él creyó que se suavizaría con el tiempo. No le hizo feliz tener un hijo que fue educado según el criterio de su esposa y enfrentado al suyo propio. Ni le hizo feliz trabajar para proveer los caprichos –además de los gastos básicos- de su “familia”. Pero claro… ¿Separarse y ser el malo de la película? ¿Trabajar todavía más para mantener dos casas? ¿Tener que cocinar, lavar, planchar y ver la tele en solitario? –“No me conviene”, decidió. Así que siguió –y todavía sigue- con su “matrimonio de conveniencia”.

Cuando la historia es al revés, a veces –y sólo a veces-, la mujer pega un zapatazo (si está muy harta y tiene ingresos propios) y hace borrón y cuenta nueva. Pero si no tiene independencia económica o la suficiente fuerza emocional y autoestima, seguramente seguirá estancada en un matrimonio de conveniencia que acabará como el rosario de la aurora.

–       “¿A dónde vas a ir tú a tu edad?”

–       “¿Y si te pasa algo…quién te va a cuidar?”

–       “Mejor hacer cada uno su vida y seguir juntos”

–       “¡Qué mal ejemplo para los hijos!”

–       “Si me separo a mis padres les daría un gran disgusto”

–       “Si conozco a otra persona…ya veremos entonces”

–       “Uf, menudo follón, una separación, y lo que cuesta”

En realidad, hacer lo que a uno “le conviene” es algo que está muy bien aceptado por la sociedad siempre y cuando no se meta el dedo en el ojo del otro de manera descarada. Así se salvan muchas parejas: con relaciones paralelas, amantes de escapadas vacacionales, mirando hacia otro lado cuando toca y, sobre todo, dejando que la pareja tenga “su propia vida” sin tocar mucho las narices. O como le escuché decir a una mujer una vez: -“Me da igual lo que haga mi marido mientras en casa se porte bien”. Que lo que quería decir era –por supuesto- mientras siguiera trayendo el sueldo y entregándoselo a ella… ¡Otro “matrimonio de conveniencia”!

Nos creemos muy modernos porque manejamos la última tecnología y ya no tenemos que expresar nuestra opinión política en voz baja. E incluso puede que nos sintamos especialmente libres convencidos de que este país pertenece a la parte del mundo donde no hay guerras ni totalitarismos en el poder. Pero en el fondo también somos “ciudadanos de conveniencia” y preferimos tener a alguien al lado –o por encima- con tal de no enfrentarnos a la aterradora soledad que trae de la mano la libertad; cualquier forma de libertad.

En fin.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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