Por fin me he decidido a hacer una pequeña reforma en mi domicilio que –espero- me dé un poco más de comodidad. Una reforma que necesita de un gremio en toda regla, no de un amigo “manitas”, así que pedí presupuesto a un par de empresas que se anuncian en Internet. No voy a explicar aquí de qué gremio concreto se trata porque no quiero señalar con el dedo a quienes puedan ser “justos” y tengan que llevarse la mala fama de los “pecadores”.
Con este preámbulo y el título del post ya todos sabemos de qué voy a hablar, de cuál es la reflexión que me bulle en la punta de los dedos y cada lector en su magín se habrá disparado rápidamente hacia la conclusión final caso de que fuera él el protagonista y no la que suscribe.
Me mandaron un par de presupuestos bien presentados y razonados; con marcas, referencias y detalles técnicos innecesarios; los precios redondeados y bien claros, dando la suma final un importe sustancioso que me dejó las carnes temblando. Bueno –pensé- una vez en la vida y para los restos bien me merezco acondicionar mi “cueva” para hacer más cómoda la vejez que se avecina –aunque sea en lontananza. Pero cuál fue mi sorpresa al reparar en “la letra pequeña” a pie de página (muy pequeña, por cierto) que indicaba: “I.V.A. no incluido)
Mi mente hizo rac rac y multiplicó a voleo la cifra final por 79 para añadir el 21% de impuesto correspondiente, convirtiéndose automáticamente el precio de lo ofertado en un pequeño dislate. Me cité con el eventual proveedor y le dije que bueno, que vale, que entiendo que es importante el trabajo a realizar pero que sabedora de que por lo menos en los materiales su margen de negocio oscila entre el 30 y el 50% ¿qué le parecería hacerme un descuento y compartir el beneficio para que todos nos quedáramos contentos?
Enseguida me di cuenta de que me iba a decir que sí; a pesar de que me había avisado de que estaban de trabajo “hasta la bandera” y de que habría que “hacerme un hueco” para la reforma solicitada, observé que el patrón de la empresa era buen negociante por la sonrisa que me dedicó, una sonrisa como de igual a igual, ya que yo le había comentado que profesionalmente siempre me he dedicado a temas comerciales. Pensaría que yo era una colega y cambió el tono de la conversación.
– “Claro que te voy a hacer un descuento…e importante. ¿Qué tal si te quito el I.V.A. de la mano de obra y te facturo sólo la mitad de los materiales…?
Lo dijo con tanta rapidez, soltura y tranquilidad que era obvio que la práctica de tal amaño entraba dentro de lo “habitual y normal” en su gremio…y en cualquiera, que yo no me chupo el dedo.
Y en esas estamos, queridos lectores.
Dándole vueltas al discurso popular y populista contra la corrupción, comentando el lance con amigos, colegas y conocidos, recabando opiniones, echando mano de refranes al uso tipo “quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón” o en el mejor de los casos, dedicando un par de minutillos al polvoriento discurso lleno de moralina de “a mí no me importa lo que hagan los demás, yo soy honrado a carta cabal y punto”… así estuve un par de días.
También debo añadir –para ser ecuánime en mi discurso- que supongo que este pequeño “fraude” es la única oportunidad que tenemos los contribuyentes de a pie –los que no formamos parte del entramado de corruptelas político/financieras que asola al país- de “resarcirnos moralmente”; es decir, levantar la cabeza –aunque sea por lo bajini- y decir: “pues yo también robo lo que puedo…que no soy tonto”.
Me abstendré de comentar aquí si le dije que sí o le dije que no puesto que no se trata de contar al mundo mi baremo ético-moral; lo que importa es la pequeña reflexión individual, claro está. Más que nada por no caer en el maniqueísmo fácil de colocarme en una supuesta posición moral superior (al empresario poco honrado) ni por reconocer pública y abiertamente que no soy una persona honesta y que cuando llamo ladrones a los que salen en la televisión como imputados me comportaría como una triste e hipócrita farisea.
En fin.
LaAlquimista
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