El parquecillo cercano a casa es una especie de paraíso para mi bichón maltés, Elur. Como no hay parterres plantados dejamos que los animales disfruten de la hierba y cuidamos de que no queden “regalitos” entre las margaritas silvestres. Hay un colegio en medio de la plaza, juegos infantiles, una fuente y muchos bancos. En horas lectivas y ausencia de infantes y preadolescentes el lugar podría incluso considerarse bucólico con su estanque y su puente mitad japonés, mitad diseño de Ikea.
Los bancos al sol en las mañanas de invierno son un pequeño lujo y privilegio de paseantes ociosos o jubilados tranquilos. (¿Habrá jubilados intranquilos?) Muy a menudo recalo en uno de ellos con mi perro y mi libro y descanso las piernas después de los paseos preceptivos –el personal de primera hora de la mañana y el que comparto con Elur.
El otro día encontré libre el banco mejor situado –con el sol de marzo a la espalda- y tomé asiento agradecida.
Al filo del mediodía vino a sentarse a mi lado una sonriente ancianita que me saludó amablemente. A los pocos minutos vinieron una y otra más y no tardé en darme cuenta de que eran habituales del parque… o de “ese” banco en particular. Ellas, muy modosas, evitaron hacerme ver que yo era una “invasora” de su espacio, pero como cabíamos casi cómodas las cuatro no consideré necesario marcharme sino que “pegué la hebra” como suele ser habitual en mí.
Ya las tenía vistas de otras veces, “las chicas del parque” les llamaba para mi coleto, fieles al ritual de la hora del Ángelus. Así que me presenté y les dije que se les veía muy guapas. Al instante me cantaron su edad, con el orgullo de saberse bien conservadas, ancianas pero felices de vivir todavía conservando cierta dosis de alegría y la calidad de vida que es tesoro donde los haya.
Entre los ochenta y los noventa están todas. Arregladas en sus atuendos y con la cara lavada iluminada por el toque coqueto del rouge de labios. No sé de qué hablarán en sus citas diarias, pero me admiró de ellas el empuje y las ganas de juntarse al aire libre y continuar con la vida, como si no existieran las penas y siguiera habiendo un mañana. Tienen hijos y nietos y hasta bisnietos y les gusta que “no se metan en su vida” porque todavía tienen capacidad para llevar las riendas. Me preguntan por mi madre, -ya nos hemos juntado un par de veces-, por qué no sale de casa, por qué ha dejado de interesarse por lo que hay al otro lado de las ventanas del salón y yo me entristezco, no sé qué decir porque cada uno tiene sus razones íntimas para hacer lo que hace y de la manera que quiere hacerlo.
Les digo que son el ejemplo que quiero seguir si llego a su más que provecta edad, que seguiré saliendo al parque aunque mi perrillo ya no esté conmigo, me preguntan si adoptaré otro y les digo que lo dudo mucho. Suspiran cuando les cuento lo lejos que está mi familia, pero ya saben que los móviles de hoy acortan las distancias aunque ninguna lo tiene –que yo sepa.
Me dicen –la más dicharachera de ellas- que reunirse en el banco cada día es como una terapia contra la soledad, que hablan y comparten, que se ayudan escuchándose, que es muy importante saberse parte de un grupo que protege de una forma diferente pero no menos efectiva que la propia familia. “Compartir con las amigas –afirman- da alegría a la vida”. Y yo les digo que sí, que yo también tengo amigas que me ayudan a recuperar el paso cuando lo pierdo o incluso a perderlo si lo llevo demasiado rígido.
Les cuento del blog y de lo que hago: -“¡Qué pena, no tenemos Internet, ¿no escribes en el periódico “de verdad”?, entonces les digo que imprimiré el post donde hable de ellas –éste- y que agradezco saber que están ahí, como baluarte contra la soledad de la edad anciana, ellas que se han ido juntando en el banco del parque y se cuentan la vida y se ríen y quieren seguir haciéndolo durante muchos años todavía. Un “Círculo de Mujeres” más.
Entonces es el momento de marcharme porque llega la rezagada del grupo y no es cuestión de que se quede de pie por mi culpa. Les pido permiso para sacarles una foto –de espaldas- y aquí están, para todos los lectores, “las chicas del parque”, las que me recuerdan cada día que la vie est belle…
En fin.
LaAlquimista
https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com
Foto: “Las chicas del parque”. C.Casado