Historias de Praga. Mientras el vino se enfría | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Historias de Praga. Mientras el vino se enfría

 

Seis días ya en Praga y ni un segundo el ánimo lo he tenido proclive a reflexionar sobre el teclado porque las vivencias avasallan, la belleza no pierde el tiempo en buscar palabras, es tiempo de callejear, oler, sentir, mirar, cerrar los ojos e imaginar todavía un poco más…

El sol se tiñó ayer de nubes y el frío volvió a pintar de invierno las calles; es momento pues de buscar cobijo para el cuerpo y alimentar el espíritu bajo techo. Busco la dirección de la National Gallery porque quiero aplaudir el último proyecto de Ai Weiwei –solidario artista, solitario en su aportación- y dedicar las horas de lluvia al placer inmenso de la contemplación del ARTE. Sorpresa donde las haya al comprobar que el museo está justo al otro lado de la calle, a dos semáforos de distancia… ¡Qué regalo inesperado! Arte del siglo XX, arte checo y europeo, qué gran descubrimiento el de Kupka, Emil Filla, Otakar Kubin, Vaclav Spala, Han Zrzvy y tantos otros. Impresionante la “colección francesa” con abundancia de “números uno” –incluyendo a Picasso como artista francés, habrá que aceptar la universalidad del arte-.

Qué dispendio tan amable el de las 250 coronas (menos de 10€) a cambio de varias horas de estimulación de los sentidos y vibración del espíritu, contradicción con el Museo Mucha cuya entrada cuesta lo mismo y tan sólo ofrece dos salas pequeñas y un audiovisual que no necesita más inversión que media hora escasa para verlo todo… Pero hoy no quiero lanzar quejas mientras se enfría la botella de Chardonnay que he metido en el frigorífico para dar un descanso al estómago de tanta cerveza, qué orgía gastronómica la checa con abundancia de sopas, carnes de todo tipo, gulash en “cazuela de pan”, strudels, dulces, punch, vino caliente, cerveza de chocolate y esos helados dentro de un cono de rosquilla tipo donut, forrado de nocilla y recubierto de canela, un desvarío de calorías y grasa que tan sólo comen los turistas y cuyo nombre no he necesitado aprender porque ya sólo de verlos me entraba un hartazgo psicológico.

Qué paz volver a “casa” y esperar a que el vino se enfríe… Lejos de la algarabía de cualquier hotel, cenar en zapatillas lo que uno cena habitualmente, abrir una botella de vino y brindar por la vida, paladear el bouquet fresco de la uva, con mantel y música de fondo, descansar los pasos cansados de vagabundear por una ciudad medieval, adoquinada desde toda su historia, perderse por callejas sin tiendas de souvenir, abrir la puerta cerrada de esas pequeñas cervecerías –que me recuerdan de alguna manera a las cantinas mexicanas- donde se bebe a destajo, llenas de hombres y de humo, oasis legal de la prohibición de fumar en lugares públicos, el espanto de cortar el humo con cuchillo como en los viejos tiempos, volver a casa con el cabello y la ropa oliendo a nostalgia de hace diez años, aquellos cigarrillos que también dejé de fumar cuando quise purificar mis pulmones y mi mente de la única manera que supe hacer; callejas y callejuelas, pasos perdidos al encuentro de aquello que alguna vez fui, viajar sola sin miedo a nada ni a nadie, recobrar la luz de la mirada de mi hija ausente y pasear de la mano un rato como cuando éramos las dos niñas.

Cruzar los puentes sobre el río Moldava una y otra vez, alejadas de la multitud o borrachas de gente, sentir el ruido constante de los interruptores de los móviles y tropezar en una esquina con el silencio y la bruma del río, alejarnos del brillo humano y descubrir los reflejos del atardecer, tropezar el paso y apoyarme en tu brazo joven y fuerte y amoroso, dejarme guiar por ti hacia la esquina donde estará el tranvía de vuelta a casa, escuchar tu respiración en la noche, como cuando velaba tu sueño y era tan feliz de haberte parido, qué cosas raras siento ahora mientras se enfría el vino y he decidido matar la tarde lluviosa escribiendo unas pocas palabras que no serán un carnet de voyage ni la relación de los pasos perdidos en las calles de esta ciudad hermosa, Praga me reconcilia con la vida y con mi corazón que suele andar a saltos entre la soledad y el ruido de la gente…

Gracias por el regalo de venir a acompañar mi viaje soñado, gracias por gastar tu tiempo laboral conmigo, porque la generosidad ahora adopta diversas expresiones, tú desde tu corazón berlinés hacia el mío que ahora está en Praga y se siente feliz de latir en paz mientras el vino se enfría…

LaAlquimista

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Fotos: Cecilia Casado

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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