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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Los hombres sólo piensan en una cosa?

 

No recuerdo la edad que tenía cuando escuché por primera vez la frasecita de marras, pero supongo que fue en aquella adolescencia de los sesenta perfumada de las primeras ilusiones románticas. Alguna amiga más espabilada que yo me pondría al tanto de la dura pelea que me iba a tocar librar entre un cuerpo exultante de hormonas y una mente atiborrada de alarmas maternas sobre peligros y pecados varios que me acechaban.

Me llegó a suponer cierto dilema moral ir en contra de las pulsiones propias para acatar unas convenciones educacionales –morales y religiosas- que casi nunca iban razonadas sino impuestas a machamartillo. Fueron los tiempos de perlas cultivadas (falsas): “Si te quiere te respetará” o “Los hombres se divierten con unas y se casan con otras”, estableciendo una línea roja fosforito que nos atraía y repelía por igual.

De las amigas que fuimos en aquella época tan frustrante en tantos aspectos se supo mucho –o demasiado- con el correr de los tiempos. Se criticó duramente a la que se tuvo que casar “de penalti” con un imberbe sin dos dedos de frente para que la familia salvara la cara ante la sociedad. Se alabó a la que hizo una boda de campanillas antes de cumplir los veinte con un chico de buena familia –diez años mayor que ella- que acarreaba un sospechoso historial de tarambana sobre sus espaldas. Tampoco nadie supo explicarse en su momento por qué rechazaba los novios aquella chica alta, fuerte, guapa, rotunda, a la que le gustaba más jugar a fútbol que andar presumiendo de vestido nuevo.

Las chicas de aquella época hacíamos casi lo que fuera por complacer a nuestras madres –aunque fuera a la fuerza- y repetíamos el sonsonete inoculado sobre cuánto y cómo debíamos hacernos valer frente a los chicos que nos perseguían/cortejaban. No habíamos oído hablar todavía de sexismo, -pero lo intuíamos- ni apenas de machismo porque aunque formara parte de la realidad cotidiana no sabíamos identificarlo como algo pernicioso; sí sabíamos que las manos masculinas podían ser tan inquisidoras como las miradas e ir mucho más allá de las palabras que parecían decir una cosa, aunque a la postre significaran otra.

Con el paso de unos pocos años aprendimos a llamar a las cosas por su nombre y no nos recatábamos al pasarnos información entre nosotras. -“Fulanito sólo quiere una cosa.” –“Menganito es respetuoso.” Y si coincidía la primera cualidad con la guapura del chaval o la segunda con una más que flagrante sosería, se ponía el tema muy difícil, mucho, si queríamos por un lado “hacernos valer” y por el otro tener un noviete… aunque no fuera más que para fardar delante de las amigas.

Afortunadamente el tiempo –y cierta madurez psicológica-ha desvelado la verdadera intención y destino que la naturaleza ha adjudicado a los protagonistas de esta historia. Y, a pesar de tener ya una edad que se podría calificar en muchos casos como provecta, siguen percibiéndose los coletazos de aquella educación, -horrenda- de aquella forma de comportarse en el pasado –nefasta- y que ya  creíamos trasnochada o por lo menos reubicada en una  azotea bien amueblada después de haberse sosegado aquellas hormonas impacientes…

Sin embargo, ahora pueden sorprendernos hombres de más de cincuenta –e incluso de sesenta años- que todavía colocan como valor prioritario en la relación con una mujer el tema sexual…  Es decir, y hablando clarito, que “primero probamos y luego ya veremos”. “Que yo soy muy hombre y me sigue gustando el tema” o “no hay tiempo que perder que ya tenemos una edad…”

Y nosotras, aquellas adolescentes que tuvimos que cargar con carros y carretas para conseguir nuestra liberación sexual –liberarnos de los grilletes de la educación, de la religión, del qué dirán y de la culpa autoimpuesta- nos quedamos con los ojos a cuadros porque han pasado los años –qué digo los años, las décadas- y de aquellos polvos, estos lodos, como si en el intermedio no hubiéramos aprendido nada, ni sobre igualdad, ni sobre respeto; como si el machismo de sal gorda de los sesenta hubiera escapado de la tumba en la que creíamos haberlo enterrado, como si seguir pensando con el pene no fuera propio de machos demasiado fáciles de calificar.

Supongo que son esos mismos hombres que han criado hijos, que seguramente tengan ya nietos, y que han decidido pegar un triple salto mortal hacia atrás y retomar la patente de corso que ostentaron hace un par de generaciones, amparándose, eso sí, bien amparados en dos cosas: la primera en la farmacopea que les devuelve la virilidad perdida; la segunda el cerebro reptiliano que nace y muere con nosotros por mucho que intentemos disimularlo con conceptos de libertad, modernidad y lo que usted quiera.

Al próximo tipo que me insinúe que soy una “estrecha” por no querer acostarme con él en la primera cita le voy a mandar a la mierda con todas las letras sin tomarme la mínima molestia en darle la charla sobre conceptos que seguramente no sería capaz de comprender, porque donde no hay mata, no hay patata.

En fin.

LaAlquimista

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*** “Venus, Adonis y Cupido”  Annibale Carracci 1588

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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