Dentro de poco va a hacer seis años que estamos juntos. Cuando íbamos a cumplir el año a mí me entraron las dudas y quise dejarlo por un tiempo, el famoso “espacio” que a veces uno cree necesitar y que puede que no sea más que una mera excusa para seguir disfrutando de la libertad sin comprometerse. Pero te pusiste enfermo y me quedé a tu lado porque el corazón me dijo que no era honesto abandonarte en los malos momentos. Así que seguimos adelante, a las duras y a las maduras, ya puestos, mejor hacerlo bien.
Desde aquel día infausto, el del primer ataque de epilepsia, mi mirada hacia ti cambió completamente. No, rectifico, no quería decir eso. Fue la mirada “hacia mí misma” la que sufrió un cambio inesperado porque te supe débil, necesitado de amor, cuidado y cariño y no hubo ni usa sola mísera razón que se abriera paso hasta mi corazón para sugerirme alejarme de tu lado, alejarte de mi lado. Aprendí aquel día, gracias a ti, lo que significaba la palabra LEALTAD, aprendí, pues, a serte leal.
No sé qué más decirte, que te quiero mucho y cada día que pasa un poquito más.
Y lo sabes.
Recupero el post que publiqué hace seis años cuando viniste a mi vida para quedarte.
Un perro llama a mi puerta.-
No sé lo que significa tener perro -en mi casa hablar del tema era como proponer que incorporásemos a la familia a un extraterrestre- vamos, que no recuerdo yo en mi infancia o adolescencia que se planteara la cuestión. Por eso me quedé más que sorprendida cuando, hace un par de años, mi madre expresó el deseo de tener un chucho. Y llegó Elur, un precioso y dulcísimo bichón maltés que más parecía un perro de peluche que un animal con vida y afanes. Curiosamente, el perro siempre me ha demostrado cariño y me ha prodigado mimos y lametones, aunque supongo que es porque relaciona el olor de mi piel con los paseos por el barrio.
El caso es que, por una serie de desafortunadas y predecibles circunstancias, el perro no puede permanecer por más tiempo en el domicilio de mi madre y, en un rapto de inconsciencia temeraria del que no sé si me voy a arrepentir, me he ofrecido a quedármelo. Dije que a partir del martes 26 -¡es hoy mismo!- me lo llevaría a casa “a prueba” durante un mes y luego… pues ya se vería.
Y resulta que estoy temblando de miedo e incertidumbre porque me asusta la responsabilidad de tener un ser vivo indefenso y dependiente del que ocuparme, al que cuidar, mimar y hacer la vida agradable, además de reducir mi ración de libertad -¿qué haré cuando quiera irme de viaje? Dicen que los perros dan mucho cariño, que acaba uno sintiéndolos como algo muy cercano, que se sufre cuando enferman y se les añora cuando se van.
Mis dudas tienen que ver con el racionalismo, supongo que en mi fuero interno me niego a que Elur –tan blanco, tan dulce, tan mimoso- sea sustitutivo del cariño de cualquier ser humano que pueda yo desear, porque son tantas las personas que me han dicho que el cariño de un perro es incondicional, generoso y duradero y como son esas las cualidades que valoro en el ser humano me cuesta aceptar que puedan ser transferidas a un animal no racional.
Eso sin contar con que el pobre perro debe ser reeducado de principio a fin –hay que enseñarle a hacer sus cosas en la calle únicamente, debe acostumbrarse a comer su comida y no del plato de los humanos, aprender a dormir en su cama y no en el sofá del salón, reconocer la autoridad del amo y no campar por sus respetos como pequeño (y dulce) salvaje que se le ha dejado ser. Sé que me meto en un lío, sé que no tengo ni idea de tratar con perros, pero conozco a Elur y me resisto a que se lo lleven manos extrañas.
Creo que es la primera vez en mi vida que siento compasión por un animal… de cuatro patas. Me quedan pocas horas para acercarme a recogerlo, llevarlo a mi casa y contarle que se va a inflar de dar largos paseos hocicando hierbas y pateando adoquines de mi mano (de la correa preceptiva más bien), cómo explicarle que tendré que ser dura con él y castigarle e incluso darle (nunca con la mano) en el lomo para que aprenda a aliviarse únicamente en la calle y no en la alfombra del pasillo, que todo será por su bien porque es la oportunidad que me ofrece la vida de ayudarle… y estoy temblando del miedo que me da no saber hacerlo bien, no poder hacerlo bien, el lío en el que me voy a meter…
Necesito ánimos, lo juro. (Todavía estoy a tiempo de echarme para atrás y que se lo lleve otra persona realmente amante de los perros)
Siento que el Universo me pone a prueba –o se ríe de mí- por aquello que siempre dije de: “¿me echo novio o me compro un perro?”
En fin. Julio 2011
LaAlquimista
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