De la observación cotidiana –con espejo incluido- voy dándome cuenta de lo “tontos” que somos a veces y de lo satisfechos que estamos de ser así.
Me pregunto qué mueve a una criatura de cualquier edad a rechazar las galletas cuando están blandengues y exigirlas bien crujientes para luego untarlas en la leche caliente y que se descompongan antes de llegar a la boca. Y su variante del pan recién tostado para remojarlo y dejarlo ensopado.
Los días de lluvia me quedo estupefacta ante las personas que mantienen el paraguas abierto cuando atraviesan soportales, arcos o tramos a cubierto de la lluvia. Igual es muy difícil realizar el esfuerzo de cerrar el paraguas y volverlo a abrir al cabo de cincuenta o cien metros más…
¡Y qué diremos de quienes mantienen el grifo del lavabo manando agua sin cesar mientras se cepillan los dientes escrutándose en el espejo! Como si estuvieran sumidos en profunda reflexión y se les hubiera olvidado que hay un chorro de agua potable que se está desperdiciando –y que van a tener que pagar.
El otro día escuché a una mujer decir que no podía acostarse –ni mucho menos dormir- si no había antes dejado como los chorros del oro la cocina de su casa, con todo recogido y guardado. ¿Dormiría en un colchón al pie del frigorífico?
¿Y las ensaladas mixtas? Ordenadas y dispuestas con mimo y sentido de la estética para que luego el comensal agarre cuchillo y tenedor y lo revuelva todo en una asquerosa mazamorra…
Bajo mi casa hay un gran aparcamiento y mucho movimiento de personal. Los coches se cierran con el mando a distancia, las luces parpadean y los pestillos hacen clic; bueno, pues siempre hay quien comprueba si están bien cerradas las puertas a base de forzar las manillas una por una, no vaya a ser que el cierre centralizado no se haya activado.
Una vez acompañé a un amigo a comprarse una americana nueva; la eligió probándose todas las de todas las tiendas a las que me arrastró para recabar mi opinión, escudriñó etiquetas, comparó precios y al final se llevó la primera que habíamos visto. Luego la tuvo sin estrenar en su armario casi un mes “esperando una ocasión especial”.
-“¿Cuántos años tienes? – Cuarenta y cinco, para cuarenta y seis.”Pues vale, genial.
He llegado a la conclusión que lo que ha sido dado en llamar “manías” no son más que auténticas “tonterías”, pero como no nos apetece definirnos como tontos hemos cambiado la etiqueta a esa absurda y boba acción sin pies ni cabeza ni fundamento aparente alguno. El filósofo protagonista de la película “Forrest Gump” ya lo dejó bien claro para la posteridad: “tonterías hacen los tontos”.
Aunque la mayoría de las tonterías en las que abunda el ser humano no son precisamente las que se convierten en acciones, sino las que se quedan al nivel del pensamiento. Es decir, pensamos una cosa que no tiene pies ni cabeza, pero como es nuestro pensamiento quedamos convencidos que automáticamente se convierte en una “verdad absoluta” y así la atesoramos en el archivo mental de “ideas personales”.
Es por eso que media humanidad está segura –y se retuerce las meninges para demostrarlo- de que la otra mitad está equivocada y que debería corregir sus acciones, cambiar de opinión, rectificar lo hecho o desandar lo andado y comportarse de acuerdo con “nuestro” pensamiento.
No sé si hay mayor tontería posible en el mundo, pero ya estoy viendo “tontos” por todas partes y me chirrían las tonterías propias y quienes aceptan la realidad como es se me antojan sabios anónimos y dignos de admiración.
En fin.
LaAlquimista
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Foto: El filósofo Forrest Gump en la película del mismo nombre.