Cuando llega el cumpleaños de alguien querido se remueven las fibras emocionales y queremos hacer algo que aporte un poquito más de felicidad a esa persona. Un detalle, que sepa que es importante para nosotros, incluso gastando dinero sacando del bolsillo lo que únicamente puede expresarse desde el corazón. Existe una buena intención evidente, el afán de agradar, el gusto por provocar la sonrisa, el deseo generoso de “acariciar” un corazón…
Pero el cumpleaños de un hijo adquiere una dimensión inusitada e inevitable máxime cuando es la “madre de la criatura” quien quiere hacer algo especial que salga inundado de amor desde esas profundidades que sentimos las mujeres que hemos elegido la maternidad como un medio y un fin en sí mismo.
Hoy es el cumpleaños de mi hija pequeña -¿pequeña en qué?- y ella debería ser la única protagonista de la efeméride; sin embargo, me cuesta desligarme de la fecha, del recuerdo, de la vivencia única, intransferible, que sentí un día como hoy hace veintisiete años.
Quizás tan sólo me comprenderán las madres porque a veces la cualidad de “hijos” se olvida con el paso de los años por egoismo o por necesidad. Quizás mi propia hija considere que le robo el protagonismo de su día, pero la fecha me abre la espita de los recuerdos, la emoción de una mujer que deseaba por encima de todo tener otro hijo y que consiguió que su deseo se convirtiera en realidad transitando para ello el camino íntimo y misterioso que recorremos al sentir cómo nos crece en el vientre una vida a la que no podremos garantizar nada con seguridad excepto un amor sin límite aunque imperfecto.
Hoy es tu día, Amanda, mi niña rubia, artista creativa soñadora de sirenas, la niña/mujer que toma decisiones sobre su propia vida, la mujer/niña que sigue regalándome peluches llenos de besos, la hija que se preocupa si me pongo enferma, que da una amorosa vuelta de tuerca a nuestra relación, la del beso de buenas noches en la distancia y el emoticono en forma de corazón de buenos días para paladear con el desayuno.
¡Ya quisiera poder estar contigo en un día como hoy! Pero tu trabajo y tu camino te han movido de país una vez más, ayer en Alemania, hoy en Francia y tan sólo espero a que llegue “mañana” para que el buen viento te acerque a esta tierra nuestra que no te olvida y que deseo no olvides nunca. Los hijos se van lejos, lejísimos a veces, y nosotras las madres nos quedamos en el pequeño espacio que hemos construido con mayor o menor fortuna mirando la pantalla del móvil o del ordenador, siguiendo la pista de los retoños tan virtuales y cercanos, tan lejanos, siempre amados.
La fecha de los cumpleaños de mis hijas es también fiesta para mí. Y lo sabéis, y tú también lo sientes, mi niña, que es un día grande para las dos y los casi mil kilómetros que nos separan hoy no son nada para nosotras, nada en absoluto.
Hoy es tu día feliz y feliz sé que estás al lado de quien bien te quiere y te mima en lo posible -y espero que también en lo imposible. Te llamaré y nos veremos la sonrisa gracias a la tecnología, habrá palabras cariñosas y besos al aire y la nostalgia que se colará por algún resquicio del cumpleaños, qué duda cabe.
A falta de una fiesta, una sopa de pescado de las que te gustan o una tarta con velas, no me quedan más que las palabras que vuelan hacia ti en este soporte digital que quiero se temple con mi cariño y que me gustaría hiciera como aquellas cartas de amor de otro tiempo cuya tinta se diluía bajo alguna lágrima sincera e inesperada.
Hoy te renuevo mi promesa de quererte siempre, siempre, siempre. El abrazo y los besos esperarán ilusionados el momento en el que las mujeres de nuestra pequeña familia nos juntemos de nuevo.
Hoy el regalo eres tú, por lo que significas en mi vida…
Maite zaitut.
Mmmy.
LaAlquimista
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