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Cecilia Casado

A partir de los 50

Perder el tiempo

 

Cuando eres joven y crees, sin ningún fundamento científico que lo avale, que tienes toda la vida por delante, una se permite perder el tiempo impunemente. Un fin de semana tirada en el sofá sin asomarte a la vida, unas vacaciones de verano perdidas por tener que recuperar asignaturas para septiembre o un par de años enteros y verdaderos sin saber bien por dónde te da el viento a la espera de tener que tomar decisiones. Pérdidas de tiempo inmensas, flagrantes, irrecuperables…

Atisbar la treintena ponía los vellos de punta, algo así­ como verle las orejas al lobo social que te decí­a que tení­as que formar una familia o similar, tener hijos o hipotecas, aquellas cosas que resumí­a mi abuela como “sentar la cabeza”.

Al llegar a los cuarenta se pasaba por una “crisis”, inventada o real, pero que todo el mundo te echaba en cara y entonces, de repente, parecí­a como si esa cifra fuera el ecuador vital, que a ver quién vive más de ochenta años con cierto decoro, y comenzaban las primeras dioptrías y las primeras canas, la tripa y las toses mañaneras, de repente tení­amos como compañeros de cama a unos indeseables llamados colesterol, decepción o -en demasiados casos- depresión pura y dura.

Con los cincuenta vivimos los cambios hormonales y los gatillazos sexuales, las arrugas nada bellas y descubrir que todo cuesta un poquito más: levantarse por la mañana, trasegar un par de cubatas, conducir quinientos kilómetros, dormir poco o acarrear las bolsas del super en una sola mano.

Los que han coronado la sesentena con cierta dignidad cacarean -cacareamos- el estribillo de la tranquilidad interior, la paz espiritual y todos esos mantras que, de repente, se nos hacen necesarios para adornar un poco lo que ha sido una biografí­a con más o menos descalabro.

Un buen dí­a se te ocurre ponerte a pensar en cuánto tiempo habrás perdido en tu vida, cuántos dí­as, semanas o meses incluso, habrás tirado miserablemente por la alcantarilla por no haberte propuesto hacer nada con un mí­nimo de conciencia o fundamento; ese tiempo del que nos creí­amos amos y reyes en la juventud y que sigue teniendo veinticuatro horas por dí­a y siete dí­as por semana…

Como cuando trabajaba y querí­a que pasaran rápido los cinco dí­as laborables, sin mirarlos ni sentirlos ni mucho menos vivirlos en conciencia, a la espera -estúpida espera- de que llegara el fin de semana liberador del cansancio para…¡no hacer nada en absoluto!

!Qué atrevida -y peligrosa- es la ignorancia de lo que es la vida en realidad!

Pero, total, para cuando empiezas a darte cuenta de cómo funciona esto, ya la has gastado y/o perdido más o menos, (la vida) ya no hay nuevas oportunidades y ni aunque las hubiera, porque una se ha cansado o aburrido o simplemente decepcionado de una misma (decepcionarse de los demás es una tontería que hacen quienes no se atreven a mirar en su interior) y entonces una se encoge de hombros y dice, total, para qué, y vuelve la vista hacia otro lado … y ¦sigue perdiendo lo poco o mucho que le queda de vida.

Quisiera no incluirme en la conclusión de esta reflexión, pero si quiero ser honesta ¿? mucho me temo que no me libraré…

En fin.

LaAlquimista

https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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