Suelo alucinar un par de veces al día -como mínimo- cuando tomo conciencia de todo lo que puedo hacer gracias a la tecnología y a que otros se han estrujado el cerebro inventando unas cosas o descubriendo otras.
Eso de ver en vivo y en directo a mi nieta-pajarito a casi diez mil kilómetros de distancia y sentir su sonrisa, me parece un auténtico regalo. También me agrada pagar con el móvil, no llevar papeles innecesarios en el bolso y sentir que estoy en el centro del universo informativo a toque digital.
Pero no hay app para que te pinten las canas –cuatro, pero tenaces- y hay que ir a “la pelu” de toda la vida y si chorrea el agua, se empapa la toalla y la camisa y sales a la calle con el cuello lleno de humedad, en un visto y no visto, ya te has resfriado. Sin virus ni bacterias de por medio, simplemente se te ha enfriado una parte del cuerpo y la maquinaria va a funcionar mal te pongas como te pongas.
¡Tanto adelanto tecnológico, descubrimiento científico, investigación farmacéutica, para que nadie, pero nadie, haya sido capaz de evitar el pesado “resfriado común”! Y como no es una enfermedad propiamente dicha, pues continuamos haciendo lo de siempre: trabajando y cansando el cuerpo y forzándolo sin tregua. Algo así como seguir por la autopista a ciento veinte por hora con un clavo en la rueda trasera derecha.
Hoy, que estoy resfriada, reflexiono sobre cómo de una manera tan tonta se me reblandece la rutina y queda desamparado todo lo que soy. Ya no apetece cocinar por no tener que hacer la compra, ni leer un libro porque la cabeza está medio líquida de tanto fluido que se expulsa y se sorbe por las fosas nasales. Se duerme mal porque el cansancio no es natural y el humor, ay, el humor, se llena de moho en unas horas y lo que menos apetece es compartir ese look tan poco favorecedor.
Un resfriado, ya ves que cosa más tonta, pero creo que es la primera vez que le otorgo carta de naturaleza, es decir, que reconozco lo que es, lo tomo en consideración y le doy su tiempo para que cumpla su función y luego desaparezca. Así que me convenzo de que tengo todo el derecho del mundo a tratarme bien y cuidarme –no como en los tiempos en los que iba al trabajo con pastillas en la mano derecha y el frasco de jarabe en la izquierda-; que no pasa absolutamente nada si escucho a mi cuerpo y le doy un poco más de cama de lo habitual y me mimo como miman las madres a las niñas que están malitas.
Que paso ya de hacerme la fuerte y acepto mi debilidad de hoy, de ahora, ésta que no para de hacerme estornudar y me deja la cabeza, los ojos, la nariz, la garganta y el ánimo en general “hecho agua”.
Recuerdo que en otro tiempo estos resfriados periódicos se convertían en un auténtico “trancazo” de varias semanas por no querer cuidarme desde el primer día, siempre chantajeada por obligaciones, deberes y, lo que era lo peor de todo, un ego tirando a grande que pretendía engañar a quien fuera haciendo ver que tenía una fortaleza de piedra cuando en realidad estaba en fase blandiblú.
Así que un par de días en plan fantasma por casa y… poco más. Sin molestar a nadie y sin que nadie me moleste. Con el whatsapp en modo avión y una buena jarra de zumo de limón con miel y la conciencia bien tranquila de que estoy haciendo lo que verdaderamente mi cuerpo me está demandando: nada y esperar a que esto también pase. Ojalá hubiera caído en la cuenta antes…
Felices los felices.
Laalquimista
https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com