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Cecilia Casado

A partir de los 50

Nuevas experiencias. “Reunión de vecinos”

A mis años y con estos pelos he asistido por primera vez a una Asamblea Extraordinaria de la Comunidad de Copropietarios a la que pertenezco. Durante muchos lustros había conseguido dar esquinazo a tal “evento” y esquivado -haciéndome la loca- la moral obligación de aceptar formar parte de la Junta. Pero uno no acaba de conocerse nunca a sí mismo y el miércoles pasado, desechando a mi pesar un plan alternativo mucho mejor (acudir a una conferencia de mi admirada Rosa Montero), acudí junto a decenas de personas a lo que una vez escuché denominar como “reunión de locos con firma en el catastro”.
Uno de los temas a tratar me resultaba ineludible porque me había afectado directamente, así que me convencí de que mi presencia (y mi voto) eran necesarios, aunque esta fatuidad mía pronto se derrumbó a las primeras andanadas verbales de parte de la concurrencia.
Lo cuento aquí como una “primera vez”; para mí tiene el valor que se le da a toda experiencia desconocida y de la que todo el mundo participa, por lo menos un par de veces al año, y a la que yo había renunciado bien por desidia, bien por creer que no iba a poder aportarme nada.
Craso error, como casi siempre que tenemos un pre-juicio de alguna situación (no digamos ya de una persona) y el acercamiento a la misma nos confirma el error en el que vivíamos con imprudente atrevimiento.
¡Ir al teatro para deleitarse con los mejores actores dramáticos! ¿Para qué? ¡Asistir como público invitado a un programa en directo de lo que sea DeLuxe! ¿Para qué? ¡Subirse tres veces seguidas al Dragon Khan después de una comilona! ¿Para qué? Todas estas emociones –y alguna más- se pueden sentir en vivo y en directo de forma gratuita (lo de gratis, es un decir, porque hay un precio que seguro que voy a pagar en los próximos días) asistiendo a una bien surtida Asamblea de Vecinos.
Tomó la palabra el primer aguerrido copropietario para indicar que “las cosas se habían hecho mal”. A toro pasado, poco vamos a reclamar, pensé. Pero en seguida surgió la respuesta de otro “soldado de la palabra” para decirle que “no nos hiciera perder el tiempo con sus tonterías”. Sin anestesia. La bola empezó a rodar ladera abajo y ya no hubo dios que pudiera pararla en las casi tres horas siguientes.
Cuando alguien tomaba la palabra, una voz se elevaba más alta para acallarla o contradecirle. El que sabía mucho de algo –teóricamente- quiso hacer prevalecer sus conocimientos y le espetó a la Administradora que se callara “porque no tenía ni p. idea”. Con un par. El Presidente disfrazado de palmera caribeña no decía nada ni hacía nada por cortar los desmanes verborreicos ni reconducir los temas al orden del día establecido.
Unos se fueron y otros se pusieron a hablar entre sí. El tocapelotas que dicen que es inevitable en este tipo de reuniones, tomó la palabra en más de una docena de ocasiones, advirtiendo a la Asamblea de que “tenía mal día”, como si eso fuera la patente de corso para volvernos locos a todos con sus desafueros.
¡Esta es la mía! –pensé; aquí puedo soltar la energía (negativa) que me sobra y quedarme tan a gustito, como dicen que hacen tantos y tantos hinchas cuando presencian competencias deportivas.
Así que, en una de estas, levanté mi voz –que la tengo bien potente- y le dije al pelmazo que no hacía más que decir “tengo mal día” que se callara de una vez y que no nos lo hiciera pagar a los demás. Pues nada, ni se inmutó, como si hubiera pasado un mosquito rozándole sin picarle. Me fijé que llevaba alianza de casado y pensé que en su casa le conocerían mejor, o que le impedían hablar u opinar y aprovechaba las circunstancias para desfogarse…
Luego, ya en casa, delante de una sopa caliente, recapacité. Me di cuenta de que sigo siendo una criticona, de que me sigue pareciendo mal lo que hacen los demás cuando no me lo consultan, que me aburren los discursos sin ton ni son, que allí éramos todos diferentes y únicos a la vez, tan humanos, tan vulnerables, tan cazurros y tan visionarios. Personas humanas en plena efervescencia, los unos y callados como muertos, los otros.
Alcé mi mano para votar a favor de lo que me interesaba y comprendí que el precio de ese voto, de mi presencia nominativa, no era ni siquiera un granito de arena válido para casi nada. Que de no haber estado allí todo habría seguido su curso, que yo no era necesaria para nada y que, sobre todo, no me habría perdido el discurso inteligente y reconfortante de una de mis escritoras favoritas, lo que, obviamente, sigo lamentando en estos momentos.
Es como ir a votar con ilusión pensando que servirá para algo y luego te das cuenta de que “el discurso” que te habías creído es una auténtica patochada. Porque de lo que se iba a hablar, no se habló.
Y ahora pienso que la política es un triste remedo de las juntas de comunidad, que igual resulta que un Parlamento –con mayúsculas- no es tan diferente de un “patio de vecinos” mal avenidos.
No vuelvo más; por éstas que son cruces.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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