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Cecilia Casado

A partir de los 50

Otoño en la piel

 
Es obvio que no son consejos de belleza los que se van a leer aquí; de hecho, ni siquiera son consejos ni recomendaciones, tan sólo una impresión personal que puede que no tenga un valor relativo más allá de la frontera de mi corazón.
Yo cambio la piel en otoño. La cambio por desgaste de la anterior, por necesidad vital, vamos. Si por mí fuera seguiría con la misma unos cuantos meses más, puliendo aristas y recomponiendo entuertos, pero un algo tiene el previsto invierno de fríos internos y exceso de sopas y sofá y mantita (lo de las series, es opcional) que me impele a desprenderme con tiempo suficiente de las escaras que me han salido durante el tiempo de la ilusión primaveral y las emociones veraniegas.
Ya no queda nada de todo eso. El tiempo de brazos al aire y melena al viento ha terminado, casi siempre con menor gloria de la soñada y alguna pena inesperada, pero todavía con la memoria de algunos besos. Porque mientras hay besos hay esperanza.
El otoño del calendario no siempre va de la mano del otoño del corazón aunque marca una pauta a la que difícilmente se sustraen los humanos que dan importancia a las cosas del quererse por dentro. Ya sabemos que hay “viejos” de treinta y tantos y “chavales” de más de setenta. Cuestión de actitud y de elección y libertad personal (y un poco de buena suerte con la salud).
Este mes de Noviembre viene con vientos que chocan contra los ventanales de mi casa interior y quiero pensar que es porque los necesito. Como otros años también, en los que necesité poner patas arriba mi espíritu y adecuarlo a mi realidad, en estos momentos el trabajo a realizar viene atemperado por la experiencia soportada, pero no me exime de pasarlo mal arrancándome la “hojarasca” que me sobra.
Porque cambiar la piel desgasta. Desgasta incluso a los que no tienen conciencia de que cambian de piel, hasta a aquellos que nunca han pensado en esa “piel del alma” que con los años, con la vida, con las ilusiones rotas, va soltando sus pequeñas escamas de cansancio, lágrimas y desesperanza sobre nosotros, como si de un halo invisible se tratara. Invisible para los demás, pero nunca para quienes tienen la buena costumbre de echar una mirada hacia su propio interior.
Así que me tomo el día libre para preparar cuidadosamente “mi nueva piel”. Lo primero de todo, voy a aplicar una crema suavecita para que, si tengo que arrancar algún recuerdo doloroso, no me haga un estropicio. Luego la extenderé con mucho mimo por todos mis sentimientos, sin dejar ni uno solo, y que repose durante un buen rato; así es como consigo que las partes más sensibles reaccionen espontáneamente mostrando dónde está el mal. (Y digo “mal” por llamar de alguna manera a algo que voy a transformar en “bien”)
Después de la crema viene el agua. Caliente, templada o incluso fría, pero en gran cantidad. Ahí sí que hay que ser generoso a tope; necesitamos mucha agua para “limpiar” los restos de los sentimientos que se nos han quedado adheridos al alma durante el tiempo en que estuvimos expuestos al sol de los afectos, al calor de los amores, al ardor de las peleas. Que fluya el agua por dentro y por fuera. ¡Son las lágrimas tan buenas purificadoras…!
Y nos secaremos al viento. No al aire caliente artificial ni con el tacto suave y cálido de las toallas, sino abriendo de par en par todas las ventanas –incluso las atrancadas- y dejando que el aire limpio fluya por nuestra “casa interior” hasta llevarse la última gota de humedad.
Quizás alguien necesite utilizar un “jabón” de gran fuerza limpiadora porque tiene incrustado un recuerdo que no quiere salir o un trauma que se agarra malamente al alma., o acaso un dolor más lacerante. Entonces no queda otra que restregar bien fuerte para limpiar la piel porque de otra manera se irá sumando a lo que ya hay lo que está por venir, que vendrá, siempre viene. Y si no podemos hacerlo solos se pide ayuda que no será por falta de “herramientas”…
Yo cambio la piel en otoño y lo hago yo solita, sin molestar a nadie –o molestando lo menos posible. En silencio y a mi ritmo, con mucha aplicación y cariño porque, a fin de cuentas, es conmigo misma y con mi piel del alma renovada con quien voy a tener que pasar el invierno.
Felices los felices.
LaAlquimista
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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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