No voy a decir nada que no sepamos ya –sobre todo las mujeres-, pero me sigue llamando la atención la flagrante insidia con que nos saludan desde sus anaqueles las tiendas de ropa destinadas a hacernos creer que nos están dando duros a cuatro pesetas. Que yo no digo que no haya gangas apreciables o despreciables entre los metros cúbicos de manufactura textil fabricada en países donde la explotación del trabajador campa a sus anchas. Supongo que se puede encontrar alguna prenda estupenda, sin manchas de maquillaje o rouge, con todos los botones en su sitio, sin hilachas aparentes y con las cremalleras en funcionamiento con un descuento sustancial sobre lo que marcaba la etiqueta.
Confieso que he picado…y lo voy a contar. A principios de Diciembre le eché el ojo a un bolso de los que me gustan, con colorines y donde me quepan el paraguas, un libro, las gafas de sol, un foulard de repuesto y un kilo de mandarinas si me cruzo con ellas por la calle y me apetecen. El bolso –con fondo de tucanes exuberantes- no era caro, pero pensé –ay cuánto daño hicieron las abuelas con sus “sabios consejos”- que bien podía esperar unas semanas y comprarlo en las rebajas. Así que esperé al primer día laborable después de Reyes y me fui más que contenta a la tienda de mis sueños.
Efectivamente, allí estaba, en el sitio de honor, mi bolso de tucanes, pero esta vez bajo un letrero que decía “New collection”. ¿¿¿???
Pregunté con el deseo de protestar y me contestaron dándome la razón –porque era más que evidente-. “Rebajados” estaban una serie de bolsos que yo no había visto en mi visita anterior, obviamente sacados de las catacumbas para las rebajas, pero los bonitos, los de la verdadera temporada otoño-invierno, esos habían renacido de sus cenizas, reinventados, para la “nueva colección de invierno”, con su precio inicial inalterado. Debo decir que, rabiando, pero me lo compré. Rabiando por haber sido tan tonta, por confiar, por haberme privado de un disfrute más extenso…
En las rebajas de las grandes firmas (grandes por lo extensas, no por lo exquisitas) aparecen fardos de prendas impensablemente feas –y baratas- que nadie ha visto durante el otoño/invierno y vienen con la etiqueta del precio en grande y/o fosforito para hacernos creer que nos llevamos un chollo comprando por pocos euros lo que, supuestamente, valía tres veces más en el albarán manipulado del director de marketing de turno.
Pues las cosas no son así, de verdad que no. Que para obtener buenos descuentos todavía hay que irse al pequeño comercio, ése que trabaja con márgenes de este mundo y no del espacio sideral, ése que vende el material a un precio razonable y que, en rebajas, no puede dejarlo a un 70% de su p.v.p. oficial. ¿Quiere eso decir que si un abrigo –por poner un ejemplo- cuya etiqueta marca como precio original 395€ (ejemplo real) me lo están rebajando la friolera de 276,50€? ¿Y todavía siguen ganando? Si las matemáticas no mienten y pago por él 118,50€ estoy manteniendo un negocio que se lleva márgenes absolutamente escandalosos.
Aunque el “pequeño comercio” también va aprendiendo los trucos y retira lo que no ha vendido para Reyes, lo hace desaparecer de estanterías y escaparates, y los rellena con pingos y trapos sacados de algún outlet que hace el agosto cualquier mes del año que se anuncien rebajas. Como no tengo ninguna amiga que se dedique al comercio me faltan datos fidedignos, pero a poco que piense sobre lo que veo me sale la cuenta de la vieja: dos y dos siguen siendo cuatro aunque me quieran engañar con su peculiar aritmética.
Lo que quiero es decir las cosas claras para que “piquemos” lo menos posible. Las rebajas ya no son lo que eran y, excepto que le hayamos echado el ojo a algo anteriormente y comparemos ahora su precio –y su calidad- y lo podamos adquirir más barato y no como me ha ocurrido con el bolso de tucanes, el resto –o casi todo el resto- son artículos fabricados “ex profeso” para la campaña de rebajas.
Que seamos conscientes de que nos dan gato por liebre “low cost” y como hay toda una psicosis colectiva que se encargan ellos mismos de fomentar, para que la gente salga “de rebajas” como si fuera ésta una actividad estandarizada en la vida de los ciudadanos de a pie. Y no es necesidad lo que nos mueve sino consumismo puro y duro a fin de cuentas, pero claro, así tapamos otras carencias que son mucho más difíciles de compensar…
Felices los felices.
LaAlquimista
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