Reflexión del lunes. Consejos envenenados | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexión del lunes. Consejos envenenados

 

Pedir consejo u opinión ajena cuando tenemos dudas de cómo llevar a cabo una acción –del tipo que sea- es una actividad bastante poco extendida por el planeta humano. No sé qué es mejor –yo también dudo-: si es preferible correr el riesgo del error a través del aprendizaje o asegurarse de un cierto “éxito” gracias al aporte del “conocimiento” ajeno añadido al propio.

Durante la primera época de mi vida me sentía muy segura de mí misma. (Curiosamente debería haber sido al revés, pero bueno). Tanto es así que tomé decisiones brutales –como casarme a los seis meses de conocer a un hombre- sin encomendarme ni a dios ni al diablo, con una especie de autosuficiencia que no estaba exenta de soberbia (ahora lo sé). Después, en la segunda época –ésta que atravieso y que espero dure lo más posible en condiciones aceptables- ya me he ido pensando más las cosas, reflexionando y, sobre todo, pidiendo opinión a quienes supongo también reflexivos, esas personas de mi confianza cuya visión del asunto personal no va a adolecer de imparcialidad e incluso de dureza.

De esta manera mis decisiones y giros de timón han sido más conscientes, más elaborados y menos impulsivos. Evidentemente, la decisión final y la responsabilidad de las consecuencias de mis actos es únicamente mía, las complicidades emocionales no son denunciables ante un juez… de momento.

Pero lo que nunca he hecho ni haré así viva ciento diez años es ampararme en el “visto bueno ajeno”, buscar un “nihil obstat” sin valor alguno, para llevar a cabo una acción objetivamente deleznable. Es decir: sabiendo que un acto es intrínsecamente reprobable en el sentido moral, ético e incluso social, pedir opinión y consejo a personas de la propia cuerda para oir lo que uno quiere oir para reafirmarse en la dura decisión que se quiere tomar y para la que está demandando testigos y cómplices emocionales, una especie de “seguro” para quitarse la responsabilidad de encima y diluirla entre los “consultados”.

Ejemplos tengo de todos los colores; ejemplos personales, padecidos en mis carnes e infligidos por mis progenitores que cuando “no podían conmigo” se ampararon en el criterio de aquello que se llamaba (y que mucho me temo se sigue llamando todavía) el “director espiritual” para hacer cosas tan “educativas” como apartarme del seno familiar mediante el internamiento en un lugar de pesadilla o –una vez comprobada la ineficacia del palo, la férula y el castigo,- expulsarme de la vivienda familiar para no tener que seguir lidiando con mis ideas o criterios de veinteañera rebelde y reivindicativa.

Cuento aquí mi caso personal –ya sin rencor ni acritud, que no soy de guardar mohos en la recámara- para levantar mi voz y expresar mi indignación en contra de aquellos padres y madres que hoy en día todavía “se quitan de en medio” a un hijo molesto con quien no saben gestionar ni mucho menos desarrollar el supuesto amor que le deben por el hecho de haber deseado –en algún momento del pasado- a ese hijo.

No hablo de hijos delincuentes, drogadictos, ni violentos. Hablo de los hijos que vienen a este mundo con el derecho bajo el brazo de recibir amor y cuidados y se encuentran –por incapacidad y falta de generosidad de sus progenitores, incluso de la propia madre- arrojados fuera del hogar familiar “porque están hartos de ellos”.

Quizás ellos solos no se habrían atrevido a hacerlo, pero como han pedido “consejo” y les han dicho lo que querían oir, pues igual resulta que les han colado “un consejo envenenado y peligroso” de cuyas consecuencias tan sólo van a ser responsables ellos mismos. Vaya usted a pedir cuentas al maestro armero cuando descubran que les han aconsejado mal…

En fin. (Hoy no pongo “felices los felices” por motivos obvios.)

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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