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Cecilia Casado

A partir de los 50

Miedo a denunciar

Hace ya muchos años, unos treinta mal contados, estando de vacaciones con mi novio de entonces, de resultas de una discusión subida de tono, éste me tiró al suelo de un puñetazo y me pateó la cabeza provocándome “rotura de parietal y traumatismo craneoencefálico” y dejándome ingresada en coma en un hospital de Lisboa como “indocumentada”. El chico se asustó de su acción y acabó trayéndome de vuelta a Donostia al cabo de una semana en su propio vehículo. Las secuelas físicas duraron varios meses, pero las psicológicas todavía me despiertan algunas madrugadas.

Este hombre era hijo de “buena familia” donostiarra y, para evitar el escándalo, me suplicó que no le denunciara, me pidió perdón de rodillas y juró que jamás volvería a ponerme la mano encima. Y yo no le denuncié, conté a mi familia y en mi trabajo que me habían asaltado para robarme, corté la relación y guardé en mi corazón un odio inmenso hacia su persona durante muchísimos años.

El miedo al escándalo, el miedo horrible al escarnio, a la burla incluso de quienes me veían con un hombre que había sido acusado de violencia por su propia hermana, de malos tratos por su ex mujer y repudiado por su familia al que ni siquiera saludaban cuando se lo cruzaban por la calle. Una joya, vamos. Pero fue mi propio MIEDO quien permitió que este hombre no pagara por sus desmanes, que siguiera libre y contento ofreciendo una imagen amable a sus amigos y conocidos a quienes bien se cuidaba de ocultar su parte más oscura.

Con el tiempo, con el aprendizaje emocional en marcha, fui capaz de ir sacando de mi interior el odio generado y dejando caer las piedras de rabia y dolor acumuladas. El primer confidente que tuve fue mi propio padre quien me instó a denunciarle y ante mi bloqueo y pánico fue ÉL MISMO quien interpuso una denuncia, tarde y mal

Así supe, así aprendí, que nada hay peor y más dañino que guardar en nuestra psique y en nuestra alma –o como se llame “eso” que tenemos dentro y que a veces duele tanto- el daño infligido por personas violentas en lo físico y en lo psicológico, porque el cuerpo nunca olvida aunque la mente se empeñe en olvidar y puede ir fabricando pequeños recordatorios en forma de inestabilidad de cualquier tipo: quistes, tumores, fobias, traumas, desequilibrio.

Me sometí a terapia para comprender que la violencia que habían ejercido sobre mí NO ME LA MERECÍA DE NINGUNA MANERA. Hice un gran esfuerzo de alquimia emocional para PERDONAR a un ser inconsciente de sus actos. Y dejé de ocultar esa parte de mi pasado que tenía bloqueada con muchos cerrojos por MIEDO al qué dirán, a la opinión ajena, a la conmiseración de mis allegados y, sobre todo, por darme a mí misma la paz interior que me merecía.

En aquel tiempo no existían las redes sociales para denunciar hechos como este detrás de un “cierto anonimato”. Había que dar la cara en Comisaría, enseñar la documentación, esperar sentada en un banco a que te atendiera el jefe de turno –pocas mujeres había- mientras otros policías te miraban con su cara normal y que tú interpretabas de mala manera. Había que contar los hechos, presentar informes y radiografías, acusar a alguien que no estaba presente y a quien preguntarían si era verdad lo que yo contaba, si no sería mi palabra contra la suya, sin más testigos de los hechos que mis lesiones y el informe de un hospital lisboeta. Nunca le encausaron.

Pero perdí el miedo y pude transmitirles a mis hijas, al contarles lo ocurrido cuando fueron capaces de asimilar la historia, la importancia que tiene ser capaz de superar el miedo que bloquea la propia dignidad, no únicamente para que cualquier persona agresora tenga su merecido, sino por una misma, por nosotras mismas, las que hemos vivido con miedo una época y un destino que condenaba a las mujeres a callar las agresiones de los hombres por miedo a ser estigmatizadas o señaladas con el dedo acusador del rechazo social.

O como aquella mujer que cuando su nuera se quejó de que su hijo –su marido- le había dado un puñetazo, puso cara de bruja y soltó el veneno todavía hoy vigente: “algo habrás hecho tú para merecértelo”. Mi amiga, la esposa del agresor, no se atrevió a denunciar por miedo y por vergüenza de que todo el mundo supiera con quién se había casado. Al cabo de los años, traumatizada ella y sus hijos por los malos tratos del marido/padre, acabó divorciándose con secuelas psíquicas y emocionales de mucha gravedad, tanto en ella como en sus hijos. Con el paso de los años superó el miedo –o eso dice-, pero siempre se arrepiente de no haberse atrevido a denunciar y rebelarse en su momento, sino “demasiado tarde”. Nosotras elegimos, es nuestra responsabilidad, no echemos los balones fuera ni las culpas a otros.

Ante la cobardía de la agresión, ofrezcamos la valentía de la denuncia.

Felices los felices.

LaAlquimista

cecilia-marzo-2017

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

** Dando la cara.

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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