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Cecilia Casado

A partir de los 50

Donde fueres haz lo que vieres

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Vaya por delante que a mí me caen muy bien nuestros vecinos del norte y me enfado cuando alguien los (mal)llama “gabachos”. Aclarado este punto, por más veces que pise su tierra y disfrute de todo lo bueno que tienen: naturaleza, cordialidad, educación, historia y gastronomía, no consigo evitar la sensación de estar pisando una tierra lejana–o muy lejana- de mi cultura y costumbres.

Dándole vueltas al tema de la diferencia horaria –que aunque estemos en el mismo huso los relojes vitales van muy desacompasados-, creo que he llegado a la conclusión de que hay algo que nos separa desde siempre y para los restos: la siesta. En Francia no se echan la siesta ni por casualidad, es algo tan ajeno a su forma de ser como para nosotros entrar a comprar el pan y decir “buenos días” antes de pedir una chapata o saludar al camarero antes de decir “uno con leche corto de café”. (El tema de la mala educación patria no quiero ni tocarlo).

Volvamos a la siesta; quiero decir que no hacen la siesta ni  en pleno verano y de vacaciones, como si fuera una pérdida de tiempo (y para ellos lo es, de ahí nuestra fama de “holgazanes”). Así que utilizan el tiempo de descanso en trabajar (un poco más) para poder plegar a las cinco de la tarde y no a las siete, esas dos horas de “no hacer nada” que se usan en España –aquí pido permiso para generalizar- para hacer la digestión del menú del día con dos platos, postre, pan, vino y café (la copa es opcional, pero sigue en vigor).

Por eso llego a Francia y se para el mundo a la hora del Ángelus porque todos se van a comer cuando nosotros estamos pensando en el aperitivo y cuando servimos las alubias ellos ya están de vuelta al trabajo para acabar pronto y luego aprovechar la tarde-noche en sus recados o compras, cenas tempranas y a la cama a las diez que mañana se madruga de nuevo. Una rutina racional, nacional y de lo más productiva. Si es aburrida o no, eso queda al criterio de cada uno.

No como nosotros, por favor, que nos da lo mismo arre que so y trasnochar es un valor social, cenar como si no hubiera un mañana una moda-necesidad los fines de semana y romper el orden del día después de la comida con una buena siesta –versión sofá o cama- una necesidad cultural –y quien no pueda hacerla merece nuestra conmiseración, faltaría más.

Pero cuando vienes a Francia hay que hacer como los franceses: comer pronto, visitar museos o dar paseos a las dos de la tarde, cenar a las siete y empezar a tomar vinos o cervezas  –si es el caso- a las nueve de la noche que es la hora en que los bares y antros nocturnos están en su apogeo.

Pasar las vacaciones en Francia conlleva decir “bonjour” y “bonsoir” unas trescientas veces al día, y a ser posible con sonrisa incluida. Hacer la cola del súper con urbanidad extrema, aparcar sin salirte un centímetro de la línea marcada, ceder el paso hasta en las aceras, tratar al personal de hostelería con educación exquisita; no gritar en ningún lugar, tirar las colillas en los sitios al uso (y no en la calle como seguimos haciendo nosotros), y no digamos ya un triste papelillo al suelo…

Excepciones y vergüenzas patrias tenemos todos, vaya que sí, pero doy fe de que estos vecinos nuestros tienen muchas cosas que enseñarnos –aunque yo a ellos les pondría la siesta como asignatura pendiente y lectiva. Añado también que ayuda mucho visitar un país y poder hablar en el idioma oficial, no sé por qué queremos pretender que se nos entienda en el nuestro allá donde vayamos. Por eso me cuesta menos INTEGRARME, porque aprendí bastante bien la lengua de Molière hace ya muchos años. Igual está ahí el “truco” de la integración, no sé, tengo que pensarlo un poco más.

Cierto es también que cuando un extranjero aparece en nuestros lugares hablando –o chapurreando- castellano le acogemos con los brazos más abiertos que si nos farfulla en un idioma que no entendemos y que no nos importa nada no entender. Creo que nosotros somos igual de antipáticos que cualquiera cuando vienen los de fuera a una especie de “terreno conquistado”.

landas-con-elur

Me voy con el perrillo en brazos a dar un buen paseo por la orilla del lago. Hace frío, pero no llueve. Mi vida podría definirse en estos momentos también con esos conceptos: tengo baja la temperatura emocional, pero no me cala los huesos la lluvia. Algo es algo y la esperanza me la echo al bolsillo.

Felices los felices.

LaAlquimista

*** Foto: LaAlquimista con Elur.

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


abril 2018
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