La otra noche pasé los sesenta minutos más productivos mentalmente de toda la semana al seguir con auténtico interés la entrevista realizada a la inefable Mercedes Milá por el todavía “predecible” Jordi Évole. En esta entrevista/monólogo se nos presentó una mujer de 67 años contando sin pelos en la lengua sus problemas personales, desnudándose –sin necesidad aparente- ante millones de espectadores.
Bien. Me centraré en lo que a mi juicio fue la parte de mayor calado de su discurso, que no fue otra que cuando abordó sus propias “miserias”: el dolor por el desamor padecido y la lucha todavía abierta contra la enfermedad de la depresión.
Es importante, muy importante que se nos muestren “los divos” a ras de suelo, con los mismos problemas que pueden acuciar al ser humano vulgar y corriente, el que no sale en la tele sino que “vive” a veces parte de su vida a través de los personajes de la pequeña pantalla.
Agradezco la sinceridad de “la Milá” porque nos ayuda a todos- sobre todo a las mujeres- a tomar conciencia de LO QUE LA VIDA ES. Que le pidieron que llegara al lugar de la entrevista en moto y en moto fue; pero lo que no se vio es que al aparcarla le derrapó y se le cayó encima de un pie dejándoselo como una bota y ahí estuvo ella, todo el programa, sin decir ni mú, pero aguantando el dolor y la molestia.
Como hacen tantas mujeres su trabajo, sin quejarse, sin hacer alharacas de “lo que les duele”.
Que pidió que le pagaran –cuando de todos es sabido que el programa “Salvados” no remunera a sus protagonistas-, para que el dinero fuera derecho a una ONG, “Proactiva Open Arms”, sí, ésa que tiene apresado el barco con el que ha salvado miles de vidas en el Mediterráneo y con sus dirigentes acusados de pertenencia a “Asociación criminal” para vergüenza de todos y escarnio de ninguno.
Que contó que se hundió en la miseria cuando su inmenso amor –un hombre mucho más joven que ella- la dejó tirada y no encontró más asidero que el trabajo para sobreponerse al duelo y que ese mismo afán por no pensar o no sentir le llevó a una situación de estrés absoluto que le dejó enferma de esa enfermedad invisible y silenciosa que afecta a cientos de miles de personas: la depresión.
Que se puso de ejemplo para darlo, para mover conciencias y desempolvar motores al ralentí, que se dejó ver con el maquillaje que ponen en la tele para que parezca que no vas maquillada, con un solo pendiente verde en su oreja derecha, las zapatillas deportivas en sus pies y las arrugas de sus 67 años bien a la vista, como debe ser.
Una Mercedes Milá que nos recuerda que hay muchas mujeres valientes con capacidad para reinventarse, para caer y levantarse por mucho que duela, que siempre que queremos, podemos. Una mujer –como tantísimas otras- que sigue al pie del cañón porque lo que le gusta es “la pelea” –aunque sea consigo misma- y que de repente cifra su felicidad presente en “el lametazo de mi perro”; parece tan poco y sin embargo, cómo sabemos nosotras lo importante y vital que puede llegar a ser un gesto de cariño desinteresado y fiel…aunque provenga de un animal que muchas veces ofrece más entrega que un ser humano.
Gracias, Mercedes, por el ejemplo, por los ánimos, por compartir tu debilidad que es también tu fuerza, por mostrarnos –por si todavía no lo sabíamos- que la esencia que llevamos dentro está por encima de cualquier problema para superarlo, que tenemos fuerza y energía para afrontar los duelos –y el que duele locamente, como es el del desamor-, que somos capaces de seguir en el candelero humilde y sencillo de nuestras vidas con la grandísima satisfacción de saber que lo estamos haciendo bien. Aunque duela. Aunque nos duela.
Y, sobre todo, que tomemos conciencia, las mujeres sencillas, normales y corrientes, que también las estrellas de la tele, las aristócratas y quienes tienen un altísimo nivel de vida, sufren de los mismos males que cualquiera. Lo que ocurre es que hay que ser muy valiente para confesarlo públicamente.
Gracias, Mercedes; no sabes –o sí sabes- el bien que nos has hecho a todas…
Felices los felices.
LaAlquimista
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