De que se celebre hoy el Día del Libro tienen la culpa Cervantes y Shakespeare por haber tenido la ocurrencia de fallecer ambos en la misma fecha: 23 de Abril de 1616. Más tarde, llegó la oportunidad de un valenciano, Vicente Clavel Andrés, que consiguió allá por 1930, que se instaurara como fiesta del libro la fecha citada y que, coincidiendo con la festividad de Sant Jordi en la zona mediterránea, se aúna el folclore de la rosa a la ofrenda del libro. Que sea entre enamorados o no, eso ya carece de importancia.
“Un libro al año no hace daño”, que diría aquél… y yo pienso, que ni por esas se va a solucionar el tema del inmenso desierto de incultura en que se mueve la masa lectora española. Lectora sí, pero ¿de qué?.
Al igual que existe la comida basura existe también la lectura basura y, como aquélla, es la forma de llenarse sin alimentarse, envenenando de a pocos el organismo (y la mente) e introduciendo el germen de tantas enfermedades que se desarrollarán sin remisión en el mismo.
Que hay libros buenos y libros malos nadie lo pondrá en duda, pero que hay lectores buenos y lectores malos debería ser tomado en consideración. Las promociones editoriales de cara al Día del Libro buscan vender, no elevar el índice cultural del ciudadano. Y lo más fácil es proporcionarle “lectura basura”, con buen aspecto y “olor” apetecible.
Cualquier libro que cuente la vida de alguien famoso con un punto de escándalo o morbo, cualquier novela de tres al cuarto que enganche al lector y le mantenga horas atado al sillón empapuzándose el cerebro de estupideces de ficción que soñará posible extrapolar a su anodina vida real… esos son los que mejor salida tendrán. Cualquier libro que descubra –por enésima vez- la quintaesencia de la felicidad, que muestre los mil caminos del optimismo a través de nuevos conceptos morales, éticos y psicológicos con nombre imposible de pronunciar o que vendan fórmulas sintetizadas en no demasiadas páginas para acceder –por fin- a la ansiada y escurridiza “felicidad”, esos también se venderán bien.
Nadie en su sano juicio aceptaría que un comedor de “fast food” pueda ser un gourmet; de la misma manera ningún lector de “lectura basura” es un lector auténtico. Y mucho menos si su “ingesta” de libros se reduce al bestseller del día del libro… aunque venga con una rosa incluida en el precio.
Compremos un libro –o dos o tres- pero que sea un libro sano y de calidad escrito por un “chef de la literatura” y no por un oportunista que se las da de escritor. Como recomendación infalible, los clásicos.
En cualquier caso y teniendo en cuenta el alto precio de la literatura escrita en papel, no está de más hacerse una pequeña lista para poder adquirir un poco más baratos –un 10%, vaya chollo- los libros que deseamos alegren nuestra “mesita de los libros” doméstica.
Como soy acérrima fan de los libros en formato papel, esos de los que se aspira el “aroma” de la tinta y de lo que nuestra imaginación desea, me daré una vuelta por los stands repletos en el día de hoy.
No es mal plan para un lunes. Pero luego acudiré a mi “librería de confianza”, esa donde no atienden “reponedores de libros” a los que hay que deletrearles el nombre de nuestro escritor deseado para que lo tecleen en el ordenador, sino donde sigue habiendo un “librero”, esa persona –hombre o mujer- que conoce los títulos, los autores y va directamente al anaquel donde se halla, esperando, el libro deseado.
Comprar un buen libro en una librería “de las de toda la vida” es un acto en sí que siempre me produce el mismo placer: la sensación de que estoy colaborando –por poco que sea- a mantener un pequeño negocio y, sobre todo, la posibilidad de dejarme guiar, pedir y recibir consejo si así lo deseo sobre el valor intrínseco de alguna obra o autor. Al final, solemos acabar con un rato de charla distendida y amable y nos despedimos –librero y clienta- con la sonrisa de quienes han sintonizado y se saben cómplices de la misma aventura: la de la lectura.
Felices los felices.
LaAlquimista
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