Mi abuelo materno era un tipo curioso. O por lo menos eso me parecía a mí desde mi poquedad de los ocho o nueve años cuando pasé largas temporadas en su casa. A él le gustaba salir a pasear en mi compañía los domingos por la mañana por el barrio de Gros, donde vivíamos. No era hombre de muchas palabras, pero sí de abundantes gestos. Observaba y luego hacía sus gestos correspondientes.
En realidad, él iba “de patrulla” por el barrio, como si le hubieran encargado vigilar los buenos usos y costumbres de sus conciudadanos y raro era el día en que no le llamaba la atención a alguien, para mi infantil desconcierto. Si unos chavales jugaban a pelota en la trasera de la iglesia de San Ignacio, les reconvenía. Si otros se salpicaban con el agua de una fuente, les llamaba la atención. Y no digamos ya si lo que caía bajo su visión eran algunos jóvenes sentados en el respaldo de un banco y con los pies en el asiento. – “¡Parecéis monos!”, les increpaba.
Visto este recuerdo en la distancia me hace pensar dos cosas; la primera, que mi aitona era un metomentodo maniático de la urbanidad y el civismo. La segunda, que la mala educación sigue estando tan presente en el día a día como la luz del sol. Y mi abuelo me parecía un señor mayor, caduco en sus actitudes, intolerante y muy de derechas –aunque esta apreciación es un recuerdo inducido, qué iba yo a saber con nueve años lo que era ser de “derechas”-, pero supongo que lo relacionaba con su traje y su sombrero y con esa altanería propia de quien se considera con el derecho de recriminar algo a los demás…aunque tuviera razón.
Todo esto lo cuento porque el otro día iba yo en el bus de vuelta a mi casa y dos chavales como de quince años ocuparon los cuatro asientos de la última fila, repantigándose, poniendo las patazas en los asientos de al lado y demostrando una falta de consideración total y absoluta con los demás viajeros. Nadie les dijo nada, nadie, aunque todos les mirábamos y ellos, quizás exagero pero no creo, de alguna manera desafiaban al personal con sus risitas mientras miraban sus respectivos móviles.
Me contuve las ganas de llamarles la atención; me mordí la lengua para no soltarles aunque no fuera más que un tímido: -“oye, chicos, por favor, quitad los pies de los asientos que hay gente de pie”, pero me lo pensé, conozco el percal, que no será la primera vez que me he llevado un bufido o un insulto por expresar mi desagrado ante una actitud ajena. Que ya sé que vivo en un mundo de “vive y deja vivir” o sobre todo en el mundo de “no digas nada no vaya a ser que salgas malparada”.
Y no quiero hablar aquí de las faltas de educación, civismo, urbanidad o simplemente respeto al prójimo que abundan y rebosan el comportamiento humano en general, no. Yo lo que quiero es hablar de ese “miedo” disfrazado de “prudencia” que se nos ha metido a todos por debajo de la piel, que ya no nos atrevemos a chistar ni rechistar veamos lo que veamos, pase lo que pase alrededor, como si fuéramos esclavos anónimos de unos amos invisibles.
Que ya no le decimos nada a quien mancha el espacio común, ni al que orina en los árboles del parque, ni a quien rompe de una patada el retrovisor de un coche aparcado porque está furioso y le sale la rabia en forma de patada; que si escuchamos gritos huimos en dirección contraria, que si alguien se cae al suelo antes le graban con el móvil que preguntarle qué le ocurre…
Que creo que nos estamos convirtiendo en ciudadanos de tercera, con poco orgullo cívico, con miedo a alzar la voz, como si tuviéramos que caminar por la sombra para que los demás puedan aprovechar la zona de sol…o al revés.
Dos chavales con media bofetada cada uno… ¡Si mi abuelo levantara la cabeza!
Felices los felices, malgré tout.
Laalquimista
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*** Foto de los “señoritos”. Uno de ellos sonrío ante mi foto, pero no me hizo una “peineta”. Le borro la cara para que no pasen vergüenza sus padres si le ven en el blog…
NOTA.- Retirada la fotografía que ilustra el blog por ser posible reconocer a los protagonistas. Me han afeado poner la foto, así que para no faltar al respeto de lo que yo misma me quejo, la he borrado. Mis disculpas.