La viajera que habita en mí se pone de nuevo en movimiento. Después del viaje a India para remover mis cimientos mentales sobre “ricos y pobres” y tomar algunas decisiones de esas de “antes y después”, voy a emprender junto a mis amigas viajeras un viaje a Irán, la Persia de tantas fábulas emocionantes, para visitar Teherán, Shiraz, Persépolis, Yzad, Isfahan y a donde nos lleve la improvisación, porque nada está atado de ninguna manera.
No va a ser un viaje tipo “cortinglés”, ni mucho menos. No importará que los caminos tengan polvo y piedras, ni si hace calor al mediodía ni frío bajo las estrellas, queremos vivir la experiencia del viaje alternativo frente al dirigido y programado hasta el más mínimo detalle.
Viajaremos en pleno Ramadán con la mente abierta y el pañuelo en la cabeza, los brazos y piernas cubiertas, respetando lo que los demás respetan y guardando las críticas –si las hay, que las habrá-, para cuando regresemos a las sobremesas amigables donde todo el mundo opina sobre lo que el otro ha visto y experimentado sin haber estado allí.
Comentarios. – “¿Pero cómo vas a ir a Irán con lo que está pasando? – ¿No hay destinos más bonitos y más tranquilos? – ¡También son ganas de vestirse como musulmana sin serlo!
Y la guinda del pastel: ¡Tú ya no tienes edad de hacer ese tipo de viajes…y encima sola!
Pues que oído cocina y que muy bien. Entiendo perfectamente que quienes así se expresan lo hagan desde el miedo a lo desconocido y poseídos por una imaginación calenturienta manipulada por los medios de comunicación que, obviamente, hablan tan sólo de lo malo cuando de otros países se trata y de lo bueno cuando hay que ensalzar al propio. Que no puedo cerrar los ojos a la obviedad de la zona del mundo en la que vivo, paradigma de autoritarismos, latrocinios, vergüenzas y violencia. Que este que digo “mi” país fabrica y vende esas armas que asesinan y matan a seres humanos lejos de quienes se enriquecen con ese comercio a la par que se rasgan las vestiduras por las masacres de las que son alma máter.
Comprendo que esas personas que se echan las manos a la cabeza -en una crítica hacia mi persona que ni les va ni les viene- por que me vaya de viaje a Irán lo hacen porque ellas JAMÁS lo harían, pero… ¿es acaso mi obligación tener en consideración los gustos de los demás para tomar mis decisiones viajeras?
A veces me hacen sentir como si tuviera que justificarme por ir al Golfo Pérsico en vez de a la Europa del Norte o a la América de Trump –anda que ese tipo no me da miedo a mí…-, porque lo que he visto en Europa es “parecido” a lo que tengo a las puertas de casa, así que digamos que “no me dice nada” repetir rutinas conocidas, a mí me motiva lo diferente, sorpresivo, peculiar, aquello que me haga abrir los ojos y la mente y me suscite reflexión por comparación.
A Paris y a Londres o a Berlín voy a lo de siempre, pero a México, Perú, India…o Irán voy a otra cosa muy distinta, que quienes piensan como yo comprenden sin palabras y quienes viajan todos los años a un destino cómodo y previsible no van a entender. (Por cierto que igual peligro nos acecha a la puerta de casa y el Mediterráneo nuestro cada día sigue llenándose de cadáveres anónimos que resultan indiferentes a los gobiernos implicados).
El caso es que hasta el 15 de Junio andaré –con mi “conejito viajero”- por las tierras de Ciro y Darío, bajo la estela de Zoroastro y disfrutando de la hospitalidad milenaria de un país que sufrió y sigue sufriendo porque es rico en petróleo bajo su suelo y en nombre de la política, la ambición o la religión lleva casi un siglo manteniendo la dignidad…como puede. Como hacemos nosotros aquí mismo, sin necesidad de salir de nuestras fronteras.
Conozco la festividad sagrada del Ramadán por haberla vivido en Egipto hace unos años. Estar sin comer, ni beber, ni practicar sexo, desde el amanecer hasta la caída del sol, rezando y evitando trabajar para lograr la purificación del cuerpo a través de la mortificación, es toda una idea. Como no soy musulmana no estoy obligada a nada en Irán, excepto por el código de vestimenta en la mujer que exige cubrir el cabello con un pañuelo, así como los brazos y las piernas. Pero soy muy consciente de que debemos respeto a quienes son creyentes de cualquier religión aunque yo no siga ninguna, y si comemos y bebemos en horas diurnas–lo del sexo mejor lo dejamos para la anécdota- lo haremos con disimulo para no molestar a los practicantes.
Estoy tan ilusionada con este viaje como otros lo están por ir a DisneyWorld o a ver las cataratas del Niágara. Llevo las pilas a tope para absorber la experiencia y procurar sentirla como persona humana además de como viajera. La aventura de la experiencia es tan emocionante como la experiencia de la aventura.
Contaré a la vuelta mis andanzas y emociones ya que en mi maleta no hay sitio para ordenadores ni tabletas; tan sólo mi moleskyne y el boli de punta fina y las vivencias en la retina y en el corazón.
Felices los felices.
LaAlquimista
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