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Cecilia Casado

A partir de los 50

Irán, mon amour (II)

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“Carnet de voyage” – Vivencias en primera persona. “Una experiencia religiosa”

 No soy persona religiosa, pero si lo fuera me gustaría que los no creyentes me respetaran, así que evito en lo posible realizar juicios sobre cualquier religión y sobre todo identificar –por poner un ejemplo- a los malos cristianos con el Cristianismo o a los malos musulmanes con el Islam. Tema peliagudo, sin duda, pero necesito remarcar que lo que voy a relatar es únicamente una vivencia personal, “mi experiencia religiosa”.

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Ocurrió en Shiraz, ciudad cercana a Persépolis, antigua capital del imperio persa. En pleno mes del Ramadán es difícil encontrar lugares donde comer antes de la puesta del sol por lo que lo habitual para quienes no se hospeden en hoteles al uso turístico en los que siempre habrá un buffet al estilo occidental es aguantar las horas diurnas “como se pueda”, a base de cualquier tentempié que esté al alcance de la mano y tomándolo con disimulo para no faltar al respeto a quienes están siguiendo fielmente los preceptos del ayuno. Así pues la comida más importante del día es la cena. La ciudad recobra su ritmo abandonado y las gentes salen a los restaurantes, las tiendas se abren, la multitud pulula en grupos familiares agradeciendo que la temperatura baje unos cuantos grados (no demasiados).

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Serían como las diez de la noche cuando abandonamos el restaurante y, fieles al sentido gregario ancestral que todo ser humano lleva en sí, seguimos a una muchedumbre que caminaba en una única dirección. Con música por los altavoces y luces de neón fluorescentes nos costó identificar el destino como una mezquita, -que no era tal, sino el Holy Srine (Santuario) de Shah-e-Cheragh.

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¿Quién va a proponer como actividad a un grupo de turistas asistir a una de las ceremonias religiosas más importantes del Islam y en horario nocturno? No creo que haya una agencia de viajes tan temeraria, mejor encerrarlos en el hotel de buena hora para que no les pase “nada raro”. Pero la suerte nos deparó la oportunidad de acceder a dicha ceremonia. La suerte…y la hospitalaria reacción de las mujeres responsables del acceso al Santuario. Cuando nos vieron, cuatro despistadas con los ojos a cuadros, tapadas las cabezas con pañuelos a juego con los blusones, occidentales disfrazadas de iraníes con más gracia que acierto, su reacción fue de asombro y desconcierto, pero no de rechazo. Se veía que no sabían qué hacer con nosotras pero que estaban dispuestas a ofrecernos –una vez más- su hospitalidad. Nos explicaron que irían a buscar a un guía oficial del santuario para que nos acompañara en un recorrido por su interior, donde más de veinte mil personas participaban -en grupos familiares- de una de las celebraciones religiosas más importantes del año.

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Alguien fue a buscar el chador –nadie se horrorice, por favor- de color blanco con pequeñas florecitas que colocaron sobre nuestros cuerpos indicándonos cómo sujetarlo. Nos hubiera dado la risa si no fuera porque el ambiente estaba cargado de seriedad, con una energía palpable de profundo sentimiento religioso. (Religare, del latín, unir fuertemente, etimología de la palabra religión). En pocos minutos llegó Amir, responsable de la Oficina de Asuntos Internacionales que nos acompañó a un despacho donde nos proyectó un vídeo de la historia del sagrado lugar. A continuación, en un inglés impecable, nos acompañó a una visita guiándonos entre los fieles –mujeres, niños, hombres- que rezaban sus plegarias pero que también charlaban o bebían y comían en el inmenso patio del recinto.

 

Pero en el interior todo estaba revestido de la solemnidad íntima de quien está orando, pidiendo por sus cosas, recogido en oración. No sacamos ni una foto. Ni una. Porque nos pareció que sería una falta de respeto total y absoluta corresponder de esa mala manera a su generoso ofrecimiento. Así que dentro de mis ojos quedó la magnificencia de un templo rico en ornato, con millones de cristales y espejos tachonando paredes y techos. Suelos cubiertos de hermosas alfombras y los sepulcros sagrados, de una belleza difícil de describir por lo lejana y diferente. Dentro del Santuario se percibía una energía envolvente, esa clase de fuerza que emana de las muchedumbres cohesionadas, unidas en un mismo fervor.

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Se me ponen los pelos como escarpias al volver a revivir esos momentos. Debo reconocer que no recuerdo haber sentido tal energía envolvente con anterioridad; quizás una vez, en la Plaza de San Pedro, cuando en medio de las vacaciones de agosto, falleció el papa Pablo VI y una muchedumbre enfervorizada invadió la ciudad vaticana en una demostración de duelo que generó una energía especial, la de la “tribu-humana” o quizás fuera esa energía ancestral que nos une a todos los seres bajo el cielo y que se exuda, surge, se manifiesta en momentos muy especiales. Esa energía que arrastra turbas también, en un impulso común, revolucionario incluso.

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Pero lo que sentí fue una auténtica “experiencia religiosa”, signifique eso lo que signifique. Acabó la noche con un silencio interior perturbador. Una vez en la habitación del hotel, no podía dormir, estaba demasiado excitada, removida la conciencia, la mente desordenada y el ánimo sin palabras para definirlo.

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Shiraz, efímera ciudad, su mezquita rosa con los juegos de luces entre las vidrieras y el sol; luego de abandonarla supe de más lugares maravillosos que visitar y fue en ese momento cuando tuve conciencia de que volveré a Irán. Para ver con otros ojos: los míos.

***Por cierto… En el post (I) hablé de la hospitalidad y de cómo sentí que ojalá que en nuestra tierra fuéramos tan generosos y amables. Pues tengo que hacer una importantísima puntualización. Ayer mismo, domingo, en una terraza de un bar de Lasarte, Mario y sus compañeros, desconocidos amables, me ofrecieron unos trozos de queso artesano Zelai Eder…simplemente por el gusto de regalar y compartir. Les dije que habían subido el listón y que lo comentaría en el blog. Gracias, chicos; al final no hace falta ir al confín del mundo para hallar gente generosa.

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Felices los felices.

Fotos: Cecilia Casado

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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