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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Hay límite de edad para enamorarse?

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Últimamente no sé qué ocurre que no pocos de mis amigas y amigos “solteros” –entre los que se cuentan divorciados, separados y alguna que otra viuda- andan como si les hubiera picado a todos el mismo bicho: enamorados o en trance de estarlo. Me lo cuentan a gritos o en susurros, según sea el grado de expectativa que les acompaña en este nuevo renacer amoroso.

Les escucho sin “poner caras”, lo más impertérrita posible –porque no quiero ni herir susceptibilidades ni mucho menos que se me ofendan. Escucho con atención, hago preguntas, me intereso por algunos detalles y acabo abrazándoles y diciéndoles que qué bien, que me alegro muchísimo por ellos, que nunca es tarde si la dicha es buena y el etcétera adecuado a la ocasión.

Y no soy hipócrita, en absoluto, de verdad que me alegro por ellos y, si me apuras, hasta tengo algo de “envidieja” cuando me cuentan sin rubor –porque a partir de cierta edad el pudor da risa- lo bonito que es poder abrazar a alguien o dejarse abrazar, tanto da. De sexo no se habla demasiado porque es tema secundario, lo sabemos todos y más vale reconocerlo, que lo que de verdad importa a estas edades son otros valores mucho menos carnales. Aunque a nadie le amargue un dulce, claro está.

Me relatan lo importante que es evitar la soledad y poder respirar el mismo aire que la otra persona; de la tranquilidad de saber que hay compañía para los fines de semana o las vacaciones, incluso de que te acompañen al hospital cuando hay que hacerse alguna prueba de esas que a nadie le gustan. Ni qué decir de la recobrada ilusión de cocinar algo rico para quien lo sabe apreciar o de volver –por fin- al restaurante, al cine, al teatro, a la playa o al monte con alguien al lado.

Tópicos y estereotipos que bien conocemos quienes llevamos años pidiendo habitación individual en los hoteles y buscando chiringuitos donde hagan paella para uno, que la rentabilidad va de dos en dos como mínimo y, al final, uno ya sabe de los beneficios que traen parejos tener pareja.

De los inconvenientes de tenerla también hay que hablar, faltaría más, que no todo va a ser miel sobre hojuelas cuando dos se vuelven a enamorar en el tiempo de prórroga. El principal inconveniente suele ser esa idea machacona, pero pragmática, de que es un error o un gasto superfluo mantener dos casas y se miran uno al otro y calculan cuál de las viviendas es más confortable o más barata. Eso sin dejar de lado la proyección mental que haga cada uno de cómo se imagina que va a vivir más cómodo y con el menor esfuerzo y trabajo añadido.

Algunas nuevas parejas –las más sesudas a mi entender- desempolvan el viejo aforismo de “cada uno en su casa y Dios en la de todos” y mantienen su espacio individual para compartir con gran gusto y menor desgaste lo bueno que tiene volverse a enamorar. Ser novios con treinta o cuarenta años de distancia, disfrutar de la “reconquista” aunque ya no haya plazas sitiadas. Ilusionarse con las pequeñas cosas cotidianas –que las sigue habiendo aunque los “gatos escaldados” ya ni las recuerden, volver a ir de la mano por la calle con naturalidad, desearse las buenas noches por whatsapp cuando no se comparte la cama ni el sueño, actividades todas estas que dejarían de existir si la nueva pareja decide compartir techo…y gastos.

A mí también me gustaría volverme a enamorar, pero no para quejarme por haber vuelto a tropezar con la misma piedra por enésima vez. Porque enamorarse no significa que haya que apegarse a la otra persona, ni depender de ella para que cubra las necesidades propias, ni mucho menos meterse en berenjenales familiares de hijos, nietos, padres ancianos o cuñados insoportables.

Y yo lo que veo es que, a estas alturas de la película, hay demasiadas personas solas que buscan denodadamente una nueva pareja y “dicen” sentirse enamorados como chavales cuando, quitémonos las caretas, lo que quieren es un confidente para sus cuitas, una enfermera para sus achaques, un chofer para que les lleven de aquí para allá, una cocinera para dejar de comer en el bar, un “manitas” para las cosas de la casa o, lo más habitual de todo, alguien en quien descargar las piedras de la mochila acumuladas durante una vida larga, pesada y demasiado solitaria después de haberse bajado del tren de los famosos “matrimonios de largo recorrido”.

Que los dioses repartan suerte y que sean más los días de “vino y rosas” que los que os lleven al “crujir de dientes”, vosotros, los ilusionados con un nuevo amor…

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


julio 2018
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