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Cecilia Casado

A partir de los 50

(Sobre)vivir sin whatsapp

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Por fin me he atrevido. Después de muchos meses renqueando con la necesidad de liberarme de la tiranía del “universo whatsapp”, la semana pasada he dado el paso al frente que, según me avisan los agoreros, me va a alejar de la mayoría de mis amistades y/o conocidos.

De una manera consciente y profundamente meditada, envié un mensaje de whatsapp (el último –espero-) a todos mis contactos, informándoles de que por hartazgo tecnológico y necesidad de descanso me retiraba del tablero de juego. Como alternativa propuse seguir a disposición de mis relaciones a través del clásico –y casi olvidado- teléfono, deseando y esperando recibir llamadas y prometiendo hacerlas yo misma.

En la media hora siguiente al envío del citado mensaje fui recibiendo cumplida contestación vía whatsapp: bien aplaudiendo mi decisión, bien criticándola. Hasta hubo quien lo sintió como una pequeña afrenta personal y me indicó que prescindía de mi contacto (¿?). No faltó tampoco quien menospreció mi pequeña parcela de libertad comunicativa vaticinando nefastas consecuencias por intentar “ser diferente”. Pues qué bien, oiga.

A partir de “darme de baja” de esta aplicación, he constatado tres cosas importantísimas (para mí).

La primera de ellas es que, al no esperar ya recibir mensajitos, he dejado de consultar la pantalla del móvil las ciento cincuenta o doscientas veces al día a que me había acostumbrado/enganchado.

La segunda es que siento como si me hubiera quitado un peso de encima y respiro mejor y camino más liviana.

Y la tercera, y no por ello menos importante, he conseguido eliminar el malestar y desagrado que me producía estar recibiendo CONTINUAMENTE vídeos “interesantes”, chascarrillos indeseados, links “imprescindibles” a todo tipo de enseñanzas no solicitadas, disciplinas que jamás he deseado compartir o fotografías en bucle de vacaciones y viajes de conocidos más o menos lejanos y platos de comida ajenos. Obviamente, yo también dejo de caer en la tentación de cometer el mismo desafuero para con los demás que –lo confieso- han tenido que tragarse no pocas imágenes mías o de mi vida que no habían solicitado. No sé quién empezó antes, pero el trasiego de comunicación huera se había vuelto estresante.

Se acabó la foto en la playa desierta en “mi otro mar” a la espera del emoticono del aplauso o el comentario “que guay”. Se terminó el narcisismo de andar por casa de mostrar “al mundo” mis platos bien cocinados o el nuevo outfit con vestidito de las rebajas. Punto y final para las fotos de mis viajes, apabullando a quienes se han quedado en casa o suscitando envidias subliminales e inconscientes. Todo borrado de golpe y plumazo. Entiendo que el historial fotográfico de cada uno tan sólo debe mostrarse a quien lo solicita y no enviar andanadas urbi et orbi a quien probablemente no interesen lo más mínimo.

Sigo conectada a algunas redes sociales que son precisamente para eso: socializarse. Ahí está el Facebook que tanta gente denosta y del que huyen porque dice les quita “privacidad” y, a cambio, piensan que whatsapp es algo así como una reunión en petit comité de amiguetes cuando tiene muchos agujeros por los que también se escapan nuestros datos y no digamos lo expuesta que queda lo que queda de nuestra supuesta privacidad y/o intimidad.

Qué decir de los “ grupos  de  WhatsApp ”, esas  jaulas  de  grillos   a las que


tantas veces nos han añadido sin solicitarlo y en los que hemos tenido que aguantar carros y carretas ideológicas, las peores demostraciones homófobas, xenófobas, sexistas y machistas, hasta que le dábamos a la tecla de “abandonar el grupo” para luego tener que aguantar los reproches de quienes se habían quedado dentro por no tener el valor mínimo suficiente para darse de baja. Una tiranía en toda regla, oiga.

Así que aquí estoy tan tranquila. De vez en cuando suena el teléfono y sonrío al ver en la pantalla quién me llama. Como casi siempre es una voz amiga es un placer contestar y mantener fresca la amistad a través del agradable sonido de la voz, esa voz que se me estaba quedando casi estrangulada por la manía de comunicarme con mis semejantes a través de una aplicación móvil en vez de darle alas para compartir y permitir que la voz de otras personas llegue hasta mí, donde podamos endulzarnos un trozo de vida contándonos cosas amables o simplemente por el placer de escucharnos.

Maravillosa tecnología que me permite realizar video conferencias gratuitas con mis hijas a lo largo del mapamundi que habitamos, maravillosa tecnología que está ahí para hacernos más libres y felices y no esclavos encadenados a una pantallita que llevamos en el bolsillo más lejano del corazón. A ver si me dura la fuerza de voluntad…

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


julio 2018
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