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Cecilia Casado

A partir de los 50

Tiempo de silencio

silencio

Este año no tengo compañía en “mi otro mar”. Gran novedad después de veintiocho años yendo y viniendo a este rincón catalán en el que me siento como en casa y que conocen casi todos mis amigos porque alguna vez han aceptado mi invitación. Las puertas han estado abiertas para quienes gustaban de mi compañía y deseaban pasar unos días “aburriéndose” lejos del ruido, el follón y el mogollón turístico.

Aquí hemos estado haciendo risas, meditando en silencio, montando comilonas indecentes; inventando la “sesión vermouth” rellenando la copa hasta tirar la toalla; con la casa completa de hijas, amigas y amigos de mis hijas, amigas y amigos míos y también un marido y un par de novios. Buenas energías en cualquier caso, hacedero de recuerdos, los veranos de la infancia de mis niñas, sus primeras salidas nocturnas, los besos en el jardín a la hora en que te comen los mosquitos… y los baños nocturnos en la piscina, placer transgresor donde los hubiera cuando pensábamos que había tantas cosas que estaban prohibidas y que nos apetecía hacer…

Luego todas nos hicimos mayores y ellas volaron con sus propias alas y yo me quedé con las mías un poco chafadas, con el sueño de “encantadora abuelita a la que visitan en verano sus nietos” en el contenedor de lo que ya no va a ser a menos de que ocurra un milagro. Y además me jubilé y me quedé sin pareja –todo a la vez-, el mejor o el peor momento (según se mire) para pasar las vacaciones frente al mar…

Este año no se ha generado ninguna situación propicia para compartir, así que ya en Junio me vine yo solita con Elur a probar las mieles -o hieles- de la soledad vacacional. No las tenía todas conmigo porque es cansado el viaje, montar la casa y luego recogerla, ser autónoma al ciento por ciento en todo momento, saber que los vecinos están o no están para echar una mano si es necesario y, sobre todo, la conciencia, incluso con mayúsculas, de que te tienes que buscar la vida absolutamente para todo.

A finales de Agosto me hace muy feliz retornar a este lugar tranquilo cuando los veraneantes ya han vuelto a sus rutinas; clausurar el verano y sentir el silencio en la piel, la tranquilidad en el ambiente y la paz, esa paz tan deseada, que se va instaurando en el interior de un cuerpo que cada vez está menos cansado porque ya son muy pocos los problemas con los que hay que trajinar y menos todavía los retos que puedan alterar el sueño.

Echo las cuentas y ya llevo una semana sin hablar con nadie, más allá de la veterinaria o del cajero del súper. Silencio interno y externo a la vez, roto por los sobresaltos de la salud de mi perrillo y poco más. Si no sales de casa te queda el teléfono (el WhatsApp ya no forma parte de mi vida) , pero ahora mismo a la gente le “extraña” que le llamen, una especie de sobresalto inoportuno. Una semana medio enclaustrada sin hablar con nadie y con ganas de que vengan mis amigos a cenar o de salir yo con ellos por ahí, con una especie de necesidad de resarcirme de esta ausencia de palabras orales porque las escritas, esas no me rehúyen.

No soy de las que habla con el perro, nunca lo he hecho, me da como un poco de “cosa”; ya sé que mucha gente lo hace y no pasa nada, aunque estos últimos días le he dicho lo guapo que es, lo simpático y gracioso, y que desde que nos tenemos mutuamente he aprendido muchas cosas que no sabía que necesitaba saber; también le he dicho cuánto le quiero con palabras y que no se preocupe, que pase lo que pase voy a estar a su lado -promesa que no sé si podré cumplir… Está aguantando muy bien el subidón de la cortisona, se ve que tiene que dar mucha guerra todavía. 

Siempre deseamos lo que nos falta: el silencio cuando estamos en medio del ruido y las voces compartidas cuando ya apenas queda nada por leer y el pensamiento bulle por recuperar el ritmo habitual…

El vecino acaba de volver de sus vacaciones en otras tierras; se asoma a la terraza y pegamos la hebra. Por casi una hora no he batido mi propio récord….

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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