Melancolía de las hojas muertas, cayendo sin vida a nuestros pies, prefacio de lo ineludible…
Para los ojos sencillos, es paleta de colores, una belleza tardía de la que todavía se puede disfrutar. Olor a mandarinas y naranjas, el manto apetecible de las setas en el bosque, la cazuela con un hirviente potaje.
Y el calor buscado y anhelado, ese volver a casa al anochecer y hallarla cálida, acogedora. Sacar las viejas zapatillas de su escondite, vestir la cama de lana o plumas para acoger sueños tardíos, ceder en silencio a la mengua de luz, colocar un libro de poesía al lado de la cama.
El otoño es el aviso de lo ineluctable y quizás por eso mismo se intenta perfumarlo del último atisbo posible de bucolismo .
Llueve con rabia y castigo. La Tierra se deja arrastrar por la riada, deshaciendo la obra del Hombre, con una queja estridente, gritando su lástima por todo el daño que se le inflige. Ineludible también su venganza porque nada queda impune cuando se agrede a la Naturaleza, madre ubérrima o harpía vengadora según se sea agradecido o canalla con ella.
Los niños juegan a recoger hojas secas y pegarlas sobre algún trozo de cartón; miran los árboles que se desnudan y no entienden –no, todavía no- que detrás de la belleza del juego de colores, está agazapado el aviso o la premonición. No piensan en ello. Nosotros tampoco.
La Tierra otoñea y el Hombre también. Queremos creer que somos de hoja “perenne”, aunque estemos abocados a nuestra esencia de seres caducos.
Pero cada año, por estas fechas de finales del mes de Octubre, la Naturaleza nos ofrece una vez más –paciente y sensata- la enseñanza de lo que es la Vida. No hay más que mirar alrededor y tomar buena nota de lo que ocurre.
El Hombre persiste e insiste en su propia miseria y maldad. Prefiere dar de comer a sus hijos aunque ese pan provenga de matar a los hijos de otros hombres; lejanos, eso sí. No queda rubor alguno para asesinar y luego dar el pésame al hijo del asesinado y que salga en primera plana de las noticias, como un gesto magnánimo de empatía.
En estas cavernas otoñales el Hombre sigue matando a su compañera y a los hijos de ésta, tan sólo por el módico precio de perder luego su propia vida tirándose por un balcón. El líder aplaudido por la muchedumbre traiciona según sople el viento y los votos y los cobardes callan o si protestan lo hacen de espaldas a la cámara, desde la sombra, siempre con miedo de que llegue el invierno antes de haber acabado el otoño.
Siempre ganan los mismos todos los premios en un patético concurso amañado y la consolación a un otoño con mucha pena nos será ofrecida al comenzar el invierno, con fiesta y abundante comida para calmar por un tiempo a cualquier espíritu que haya osado pararse a reflexionar sobre el tipo de vida que nos permiten vivir.
Sin embargo, no escarmentamos. Preferimos vivir “tranquilos y en paz”, dejando que la angustia y la guerra se cebe en quienes están lejos y no son de nuestra familia ni como primos lejanos. Hay dos mundos. Y ninguno de los dos ofrece esperanza a la Humanidad.
También hay dos otoños.
Felices los felices.
LaAlquimista
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** Fotografía. Ana Casado