**Salud, dinero y amor.-
https://www.youtube.com/watch?v=7bbwpounNQs
Aquella popularísima tonada de Sciamarella me sigue resonando en la memoria cada vez que veo unidos los tres conceptos y siempre me he preguntado si en este caso el orden de los factores alteraría el valor del producto.
Es decir: ¿salud + dinero + amor = felicidad?
Y si fuera: “amor + salud + dinero…” ¿Cuál sería el resultado?
Porque a partir de los cincuenta nos sobra de lo uno, nos falta de lo otro y se nos ha casi olvidado el tercero.
Soy consciente de que esto sería una generalidad y una trampa porque con una vida laboral más que cumplida, se supone (sólo se supone) que las deudas monetarias deberían estar saldadas. Así que dinero, mal que bien, algo queda. Con una vida laboral más que cumplida se supone (y afortunadamente sólo se supone) que la salud está más que quebrada o en vías de estarlo. Así que con tanta vida a cuestas y una salud que reclama atención continua… ¿qué pasó con el amor…? Entonces la cancioncilla de marras puede resultar caduca y patética.
Cuando éramos jóvenes hablábamos de amores, cuando llegamos a maduros de logros y ahora –oh, porca miseria- de achaques propios y ajenos, como reporteros con plaza fija en el ambulatorio del barrio.
Así que yo propongo invertir el sentido, hacer que los últimos sean los primeros, una pequeña trampa nada inocente. Sentir que lo que me mantiene unida a la vida es el amor en todas sus variantes –que no son pocas; los hijos -quien los tenga-, la familia –quien la disfrute-, la pareja –la que haya sobrevivido a la rutina de muchos quinquenios-, los amigos – ese bien tan preciado por lo escaso-, la naturaleza –pobrecita ella, dando boqueadas pero todavía esplendorosa en este país-, el arte -alimento del espíritu-, y lo espiritual –alimento también para la buena circulación de la sangre.
Cuidar con amor el cuerpo escuchando su llamada –sí, existe el sexo a partir de los cincuenta, pero esto es harina de otro costal-, mimarlo con la inmejorable alimentación a la que hay acceso por estos lares, regocijarse ya que el cuidado amoroso prodigado siempre revierte en beneficio propio. Amar profundamente la vida y compartirse en la medida de lo posible y ver cómo de ahí fluye la savia que mantiene la salud en armonía con el Universo y con nosotros mismos.
De dinero no me interesa hablar. Teniendo cubiertos con cierta holgura los mínimos vitales, -privilegio de una pequeña parte de la humanidad de la que formo parte-, abundar en el tema es para mí pérdida de energía. La mejor función del dinero es igual a la mejor capacidad del amor: compartirlo.
Queda la tercera rama de este árbol, que ahí nos “duele” a todos por el hecho de haber subvertido valores y prioridades sin que nadie nos obligara a hacerlo, ya que la mente hará trampas, el espíritu se podrá adormecer, pero el cuerpo, ¡ay, el cuerpo!, a ése no hay quien le engañe… y nos va pasando cumplida factura de todos los excesos, errores o desmanes que le hicimos padecer. El cuerpo tiene “memoria”; todos y cada uno de sus órganos han ido tomando nota minuciosa de los subidones y los bajones, las locuras y los excesos; el ADN resiste como puede mientras se va descomponiendo poco a poco, poro a poro.
Desmitificar la vida también forma parte del trabajo vital, así que sigamos cantando porque total, todos vamos camino de la misma estación terminus.
Felices los felices. Y los que cuidan su salud.
LaAlquimista
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