No siempre soy una persona amable. Reconozco con cierta vergüenza que cuando he dormido mal o me han pisado los callos con alevosía me permito sacar a pasear a ese monstruo que todos llevamos dentro y que dice la leyenda que Fraga llevaba por fuera.
Chistes aparte, cuando veo al prójimo usando malos modos con los demás me reconozco en ese desafuero y gracias al “efecto espejo” no me queda más remedio que darme cuenta de que si me molestan y chirrían las antipatías ajenas…por algo será.
Hay gente que se queda tranquila con el famoso “el que avisa no es traidor” y proclama a sus cercanos que “tiene mal día”, que es como decir “poneos a cubierto que hoy vengo con ganas de fastidiar”. A mí no me parece bien porque, digo yo, qué culpa tiene el prójimo de que te duelan las tripas o de que tu pareja esté whasappeando con alguien que le gusta más que tú y lo hayas descubierto por el sencillo sistema de meter las zarpas en su móvil mientras está en la ducha.
Sin embargo, ahí estamos todos, haciendo volatines con la ironía o la mala educación cuando no se encuentra manera de aplacar los demonios que retuercen el alma. Y precisamente porque me molesta mucho esta situación es por lo que procuro estar calladita y dejar que se me pasen mis tirrias antes de que me tengan que parar los pies por borde. De momento no voy mal.
Pero claro, cuando tú estás comedida y haciendo el trabajo interior que se te supone por aquello del crecimiento personal y tal y te topas con quien no tiene ni freno ni filtro ni ganas de tenerlo y vomita lo que le sobra sin pudor alguno encima de los demás (incluyéndote a ti), la cosa se pone marrón oscuro tirando a negro.
Como cuando le pregunté a una amiga si no tenía calor porque llevaba puesto el plumífero y el termómetro de la avenida marcaba 22º. Me contestó –de mala manera-: “¿Tú me vas a decir cómo tengo que vestirme?” O al comentar a un vecino en el ascensor cuánto tardaba el trasto en llegar hasta mi piso (el más alto de la casa) y me soltó: “Pues haberte comprado un piso bajo”. Y ya ni cuento los malos modos con mi pobre perro cuando se le enreda la correa en algún lado y yo ando despistada y me llevo bufidos, berridos e incluso algún insulto por parte de desconocidos que no tienen la mínima paciencia de esperar dos segundos a que yo rectifique de un tirón el camino del perrillo.
Estoy hartándome ya de los malos modos generalizados del personal porque pienso que todos podríamos hacer el mínimo esfuerzo necesario para solucionar nuestras propias miserias en casa o donde nadie nos vea ni tenga que pagar por algo que no ha hecho. Aunque igual esto es como un círculo vicioso en el que yo pago por persona interpuesta lo que otros tienen que padecer por mi culpa. No lo sé.
Pero lo que sí sé es que voy a intentar equilibrar el asunto; y si yo soy amable, voy a pedir –de buenas maneras- que los demás sean a su vez amables conmigo. Y si no quieren pues no pasa nada, (aunque sí pase) pero que corra el aire, que no necesito frustraciones colaterales que me vengan a salpicar mientras yo estoy haciendo mi trabajo personal.
(Ahora es cuando debería escribir algún párrafo amable o aligerado de la carga emocional pesada y negativa que veo ha salpicado mis letras.)
Pero no sé yo si no es mejor dejarlo tal cual. Ésta es la que soy, los carnavales quedan lejos.
Felices los felices.
LaAlquimista
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