“Si estás lo bastante alerta podrás detectar en ti mismo algunas de las pautas inconscientes con que la gente intenta inconscientemente realizar su identidad-forma: exigir reconocimiento por algo que has hecho y enfadarte o molestarte si no lo consigues; intentar llamar la atención hablando de tus problemas, contando tus enfermedades o haciendo una escena; dar tu opinión cuando nadie te la ha pedido y no es importante para la situación; preocuparte más por cómo te ve otra persona que por la otra persona, es decir, utilizar a otras personas como reflejo del ego o para realzar el ego; intentar causar impresión en otros con tus posesiones, conocimientos, belleza, posición social, fuerza física, etc.; provocar un hinchamiento temporal del ego reaccionando con furia contra algo o alguien; tomarte las cosas como algo personal, sintiéndote ofendido; empeñarte en tener la razón y negársela a otros mediante intranscendentes quejas mentales o verbales; querer parecer importante. “ Ekhart Tolle “Un nuevo mundo, ahora.” Pag. 220.
Este libro es desde hace varios meses mi tisana de antes de dormir. Cada noche, ya clausurado el día de puertas para afuera, puestas las plantas a cobijo y ahuecada la camita de Elur, disfruto del cálido y cómodo silencio de mi dormitorio leyendo algún capítulo de mi “libro de cabecera”. Lo abra por donde lo abra, como si fuera un cuento mágico que se despierta en las manos del lector para contarle una historia hermosa, aparecen algunas palabras que me invitan a hacer una pequeña reflexión sobre mis vivencias de ese día; o veo reflejada alguna preocupación que me acompaña pegada a la piel escrita negro sobre blanco, como si el escritor –que no es ni psicólogo ni filósofo, ni médico ni catedrático de nada- hubiera estado atisbando por un agujerito mi vida cotidiana y supiera dónde extender el bálsamo que necesito en cada momento.
Este hombre, este “maestro” –como se empeñan en llamarle-, este ser tan humano y mundano que estuvo sumido en la desesperación de la depresión, que quiso suicidarse y abominaba de sí mismo, de la vida y de la humanidad, es uno de las personas que, con su ejemplo y sus experiencias, más ha influido positivamente en mi, siempre maltrecho, pero nunca abandonado, crecimiento interior.
Leyendo detenidamente el párrafo reseñado… ¿quién no se verá obligado a identificarse en alguna de las artimañas que utiliza el EGO para hacernos creer que estamos por encima de los demás en algún momento?
Contra soberbia, humildad, enseñaba el catecismo de mi infancia; y aquella admonición pretérita que no conseguía entender se convierte ahora, en la edad adulta mayor por la que me encuentro transitando, en una gran verdad. En MI gran verdad.
¡Lo veo tan claro y sencillo de entender! ¡Lo siento tan difícil de llevar a la práctica! Miro a mi prójimo con la mayor perspectiva posible; analizo algunos comportamientos, los reconozco e identifico como paradigmas del grave error de la “identidad-forma”, los modos y costumbres que cierran el paso al espacio interior de cada persona, allí donde habita la auténtica esencia que nos pertenece en íntima propiedad, sin posibilidad de ingerencia externa alguna, esa esencia que hay que proteger a la vez que cuidar y mimar con esmero porque es lo único (y TODO), lo que tenemos para vernos como realmente somos y comprender que no necesitamos nada más para hallar el sentido profundo de la propia vida.
Por eso siento que debo “perderme para encontrarme”, en una paradoja que va mucho más allá que el simple juego de palabras. “Perderme” como cuando me despisto del grupo en una multitud y siento el segundo de pánico del desarraigo; “perderme” igual que un viajero que cree haber errado el camino y descubre un tesoro inesperado que no figuraba en ningún mapa. “Perderme” sin que nadie grite para buscarme porque lo que yo quiero, realmente lo que necesito, es “encontrarme” de una vez por todas. Que ya va siendo hora.
Felices los felices.
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com