Empecé a manejar algo de dinero cuando me puse a trabajar en los veranos estudiantiles; era poco lo ganado pero me hacía sentir bien y sobre todo me proporcionaba el placer de poder permitirme alguna pequeña escapada, unos libros, una minifalda extra. También salía de marcha y me tomaba un par de copas como mucho y pegando brincos ya pasaba tan feliz toda la noche.
Pero desde luego lo que no se nos ocurría a los jóvenes de entonces era gastarnos el dinero en comida. Se salía de casa con la tripa bien llena después de cenar y a comerse la noche. Y si te pillaba la hora de la cena en la calle, un bocata de calamares o tortilla y ya íbamos bien servidos.
Con el tiempo y las primeras parejas serias empezamos a reunirnos en los primeros pisos hijos de las primeras hipotecas y a organizar cenas de amigos; cada uno traía lo que podía y nos daban las uvas entre jamón, chorizo, queso y vino. O lo que pillábamos entre todos. Salir a un restaurante no tenía sentido, porque el “sentido” era reunirnos y charlar, cantar, discutir, fumar, beber y que nadie nos pusiera hora fija para abandonar un local. Fueron buenos tiempos.
Pero nos hicimos mayores y ya con un sueldo fijo y todo eso se impuso la costumbre de salir al restaurante aunque no fuera fecha de celebración. Era señal de que se podía y como nadie quería ser menos que el vecino, pues “podíamos” todos. De entonces ahora, en un brinco rapidito, ya sólo se estila el “quedamos para comer” o “hacemos una cena”; quedes con quien quedes casi siempre es alrededor de una mesa y la comida no es más que el aliño de la conversación.
Las relaciones sociales se llevan a cabo de preferencia con nocturnidad, premeditación (si no reservas, no cenas) y un montón de alevosía hacia el estómago… y hacia el bolsillo. Y yo me digo –y les digo-: ¿Es que no podemos quedar para dar un paseo higiénico (como decía mi padre con buen criterio) por ésta nuestra hermosa ciudad y, si acaso, tomar un ligero refrigerio si el cuerpo y el espíritu lo demandan? ¿Hay que salir a comer o a cenar dos o tres veces por semana para mantener a los amigos al día de nuestras cosas?
Mientras tanto y en matemática proporción, cuanto más se hincha la tripa más mengua el bolsillo y los días que no “se sale” hay que dedicarlos a las sesiones de gimnasio y a la ingesta de acelgas y pechuga a la plancha.
Para colmo ya están llamando a la puerta las fechas por excelencia de ingesta desaforada de comida. Me dan arcadas de sólo pensarlo. Ya están algunas mujeres revirándose la cabeza pensando en “qué poner en Nochebuena”. Me mareo yo también de sólo imaginarlo.
Me echan para atrás las mesas rebosantes, innecesarias, derramando de manera absurda y obscena platos de jamón ibérico, salmón noruego, patés bearneses, marisco gallego, sopas de la abuela, fritos de la tía abuela, pescados de anzuelo, carnes con label, compotas de invierno, turrones de todos los colores, vinos de buena crianza, cavas catalanes y champagne francés. Eso sin contar con los nostálgicos que ponen huevos duros rellenos de bonito aplastado con mahonesa o espárragos con aceitunas rellenas de anchoa.
Lo dicho. Revienta tú, reventad vosotros. Yo voy a comer exactamente igual que cualquier domingo. Que me quiero mucho y a mi familia también.
Felices los felices.
LaAlquimista
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