Meter aquí una definición más, una visión añadida más, de lo que es el chantaje emocional, no vale ni la pena. Y digo esto porque, ¿Quién no está al cabo de la calle de lo que significa esta maniobra psicológica? Bien por haberla padecido en propias carnes o por haberla observado en los demás. Probablemente, todos estaremos de acuerdo en que es algo deleznable, que denota la miseria del individuo, el egocentrismo a ultranza y unas cuantas inmoralidades más.

Pero de lo que se trata es de darle la vuelta a la tortilla. De lo que quiero hablar es de cuando somos NOSOTROS los que ejercemos esa fuerza –sibilina o declarada a tumba abierta- sobre nuestro prójimo, casi siempre sobre los más cercanos: familia y amigos.

A ver quién es el valiente que levanta la mano el primero y RECONOCE haber adoptado en alguna ocasión esa actitud manipuladora, aprovechándose de la influencia del cariño o del amor o de la jerarquía familiar, para obtener de una persona que NOS QUIERE lo que nos conviene, pasando por encima de la generosidad y de lo que es justo para cada uno.

Será difícil hacer autocrítica, introspección sincera y finalizar con un mea culpa y el consiguiente propósito de la enmienda. Pero por muy difícil que pueda resultar no estaría de más intentarlo, aunque sólo sea por nosotros mismos, por mejorar un poco como seres humanos y darle un empujoncito discreto a eso que se llama “crecimiento interior” y que es algo muy personal e intransferible, que interesa a unos pocos mientras otros muchos se mofan del intento de la conciencia ajena.

Pero vamos allá.

Es chantaje emocional cuando no queremos quedarnos solos y nos valemos de cualquier malestar físico o psíquico para conseguir que se nos atienda. Suele ser el típico: “estoy bien, no te preocupes, no pasa nada…” después de haberse quejado amargamente de lo que nos duele, de lo que nos falta, de lo que nos pesa. Ítem más si hay que hacer un trabajo y, en vez de pedir la ayuda necesaria, le hacemos sentir al otro OBLIGADO a hacerlo en nuestro lugar, aunque no lo hayamos pedido directamente –por puro orgullo o cabezonería- y cargamos en los hombros ajenos una OBLIGACIÓN que nos pertenece. Todo muy sutil. Todo muy manipulador.

“Estoy fatal, me duele todo. Qué tristeza, cuánta soledad. No puedo con mi alma, no tengo ganas de comer, ni de salir. Quiero meterme en un agujero y no salir. Dejadme en paz. No quiero nada, sólo quedarme solo”.

O cualquier variante más truculenta o con drama de andar por casa. Con lágrimas de cocodrilo o suspiros de resignación. Con gritos o con silencios como losas. Para el niño y la niña, unisex; ahí sí que somos iguales hombres y mujeres, manipulando a quien nos quiere o le importamos para que se sientan culpables si no nos dan lo que estamos pidiendo sin pedir, exigiendo con otras palabras, consiguiendo con trucos maquiavélicos que “tocan” el corazoncito ajeno.

Cuando reconozcamos en los demás estas maniobras arteras, cuando las veamos clarísimamente y se nos indigne la parte del intelecto que tiene que indignarse ante estas cosas, no nos olvidemos de que puede ser un espejo en el que nos estamos viendo reflejados.

Ahora que llegan las Navidades, cuánto chantaje emocional se derrama encima de las mantelerías por aquello de que… ¿sigo? ¿Para qué?  si ya nos hemos dado todos por aludidos…

Felices los felices.

** Si alguien se siente identificado con este post será casualidad o mera coincidencia. A nadie va dirigido expresamente, sino que es una reflexión genérica que no pretende más que espabilar a quien necesite ser espabilado.

LaAlquimista

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