Cuando las cosas no salen como uno quiere lo normal es llevarse un disgustazo o cabrearse como un mono. Hay quien se lanza a llorar o a gritar o incluso se deprime y se queda como atontado ante la “injusticia” del asunto. Me ha tocado recorrer todos esos caminos en alguna ocasión, lo confieso con más pena que gloria, todo hay que decirlo.
Cuando las cosas no salen como yo quiero, recuerdo que tengo mente y corazón, pero no varita mágica. Que los demás viven la vida con sus propios deseos, afanes y criterios y no con los míos. Que lo que es bueno para mí quizás sea una estupidez para otras personas y, sobre todo y por encima de todo, que si algo me es negado seguramente sea por una buena razón.
Soy de esas personas que creen a pies juntillas que cuando un amor se acaba es porque otro mejor está esperando a la vuelta de la esquina… aunque tenga que estar “vigilando” esa esquina durante meses.
Cuando me pongo enferma me digo a mí misma que es el momento perfecto para aprovechar el parón y leer los libros atrasados… aunque la fiebre me suba hasta el ático y los ojos me hagan chiribitas.
Si pierdo la cartera me da por pensar que es porque ha llegado el momento de comprar otra nueva… siempre que con la cartera no haya desaparecido la Visa. Cuando el móvil está mudo, me consuelo pensando que así no llegará ninguna mala noticia… aunque me pierda un encuentro o un buen momento compartido. Y cuando un amigo me falla me reafirmo en que será porque no era tan amigo… aunque me adulara de vez en cuando y no se olvidara de mi cumpleaños.
También he comprendido que la mayor ventaja de dormir sola es que me permite estirarme todo lo que quiera aunque no se me escapa que si duermo acompañada tengo una ración extra de calorcito, por lo menos en invierno.
En definitiva, una ingenua positivista, aunque de rigor científico, más bien poco, tirando a muy poco. Con el tiempo he ido esforzándome para que todo –o casi todo- me parezca casi bien y casi he conseguido quejarme menos de mi “mala suerte”.
Digamos que me centro más y con más consciencia en disfrutar de cada minuto en que estoy en paz ya que son muchísimos los momentos, las ocasiones y las posibilidades de sentirse bien con una misma sin estar dándole vueltas al magín rastreando problemas hipotéticos o por venir.
No (pre)ocupándome de los pleitos ajenos, ni cotorreando ni cotilleando sobre cómo, cuándo y por qué hace el prójimo sus componendas que a mí ni me van ni me vienen aunque se empeñen –que se empeñan- en meterme en sus tejemanejes.
Y cuando consigo que no me salpiquen esas aguas, las cosas empiezan a salir “como yo quiero”; es decir, tranquilas, sosegadas, –como ahora- escribiendo mientras doy sorbos a una infusión aromática y mi perrillo descansa cerca de la ventana bajo las nubes que ocultan los tenues rayos de sol del invierno.
Porque las cosas no me han salido como yo quería y a pesar de ello…sigo siendo feliz. Uno a cero a mi favor.
Felices los felices.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com