Nunca formaría parte de un jurado popular, la conciencia me condenaría al insomnio por el miedo a errar en el veredicto. O haría como mi abuelo paterno que siendo abogado no quiso ejercer por escrúpulos de conciencia ya que no quería “defender a culpables” ni “acusar a inocentes”. Ser dios, de alguna manera. O incluso con mayúsculas, como es mi caso.
Soy el Dios de la vida de mi perro. En este caso LA DIOSA. Su vida está en mis manos; yo decido conforme a la LEY lo que puedo y quiero hacer con él ahora que está enfermo y es viejecito. (Casi doce años y una meningoencefalitis a cuestas, episodios epilépticos, un ictus superado malamente y no sé cuántas cosas más de nombre raro).
El veterinario me dice que es mi única decisión. Que hay gente que alarga la vida de sus mascotas aunque estén sufriendo por miedo a enfrentarse a la realidad. Incluso hay quien abandona al animal en un rincón de la casa a sus propias fuerzas, lo deja consumirse. Incluso se sabe de quien quiere evitar el gasto ya que la eutanasia animal tiene un precio y no siempre es barato.
Recapitulando. Que odio la idea de practicar la eutanasia a mi querido Elur. Es muy fácil decir “es que si sufre…” o “si ha perdido calidad de vida…”, al igual que se argumenta con los humanos que sufren grandemente y han perdido gran parte o toda la calidad de vida. La Ley no quiere eutanasia humana aunque sea el propio ser humano el que la solicite.
Y ahí me detengo alarmada. ¿Mi perro me está pidiendo que lo sacrifique? ¿Me mira con ojos dolientes como si ya no quisiera vivir más? NO. Mi perro no se comunica conmigo más allá de la costumbre convivencial que tenemos y que le hace reaccionar por instinto a las situaciones cotidianas y repetitivas de la rutina. Él “sabe” muchas cosas, pero me juego la pensión del próximo mes a que no sabe que se está muriendo ni que está desahuciado irreversiblemente por su enfermedad. Él vive como si no hubiera un mañana, no va más allá de la comida de hoy, el paseo de hoy, el solecito al que le gusta tumbarse y dormitar.
Pero como la que sí sabe soy yo me toca tomar la decisión que me está quitando el sueño desde hace una semana y que me angustia durante el día y me ha desequilibrado la vida, la paz, la rutina y hasta robado la sonrisa. Porque estoy más cabreada que triste por tener que tomar una decisión que “todo el mundo” comprende y justifica ya que la sociedad “lo considera normal”.
Pues yo digo que a mí no me parece ni bien ni medio bien que se pueda practicar la eutanasia sobre un ser indefenso, sin “abogado” que le defienda, como si fuéramos dioses/jueces/ejecutores y ellos, los animales, nuestros esclavos, una nada en comparación con nosotros, qué soberbia, cuánta injusticia.
Odio la idea de tener que hacer matar a mi perro. La odio tan profundamente que sé que no voy a vivir en paz ni ahora, ni luego, ni después. Va en contra de mi conciencia, del sentir de mi alma, de mis valores morales y, para colmo, de la ética que intento aplicar a las acciones de mi vida.
El razonamiento es el siguiente: “Tu perro sufre y ha perdido la calidad de vida, sacrifícalo”. Y yo digo: ¿Y cómo sé que sufre? ¿Acaso llora, grita de dolor o me lo cuenta? Y en cuanto a la calidad de vida… ¿Quién ha determinado lo que es calidad de vida para un perro? ¿Otros perros? ¿O nosotros, los humanos, los amos y señores de la creación?
Mi madre tiene 91 años y era la dueña original del perro. Ella pidió que se le comprara porque lo quería de regalo para “jugar con él”. El deseo de una anciana que nadie puso en tela de juicio. Luego, se aburrió o se cansó o lo que sea y me lo “endilgó” a mí. Y nunca se lo agradeceré lo suficiente, que conste, porque con su desapego hacia Elur me hizo el regalo inmenso de un ser vivo que estaba y está todavía lleno de amor; el que trae consigo y el que ha sacado de mi corazón hacia él.
Ella ha perdido toda calidad de vida y sufre por ello indudablemente (está confinada en su domicilio, atendida las veinticuatro horas y pasa el 80% del tiempo durmiendo). Y sin embargo, como es lógico y humano y entendible y respetable, no pide morir. Se queja de su situación, pero no hace nada por acelerar su marcha de este mundo. Ella no pregunta por Elur ni le preocupa su destino, entiende que es mi responsabilidad y lo admito.
Me he perdido en algún recoveco de mi mente porque las lágrimas se me han subido desde el corazón y nublado la razón.
Que alguien me ayude. Yo no estoy preparada para esto.
Felices los felices… si es que podemos.
LaAlquimista
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