Se me ocurrió hace unas semanas, al hilo de un post sobre libros, indicar que a quien pusiera un comentario en el blog –o lo solicitara por email- le regalaría un libro. Porque tengo muchísimos en casa y qué mejor manera de animar a la lectura que compartir a mis amigos de letras y papel.
Separé varios grupitos de novelas, autoayuda, policíaca y miscelánea. La poesía y las biografías me gusta guardarlas porque son fuente de la que necesito beber cada cierto tiempo. Así como la filosofía y las ciencias sociales. Pero aún y todo se formó un buen montón.
Fue un post del que estuve muy pendiente porque me excitaba de alguna manera ver la respuesta a mi oferta; o mejor dicho la demanda a mi propuesta.
https://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/2019/01/30/lecturas-de-invierno/
Y la apostilla como “Aviso a navegantes” de que regalaría libros la repetí en dos ocasiones, para que no se le escapara a ningún lector, bien eventual o bien asiduo al blog.
A veces he visto aglomeraciones en la puerta de un súper y era porque regalaban trapos de cocina con alguna publicidad impresa; o colas de aeropuerto en las fiestas para acceder a un vasito enano de chocolate en pleno agosto o cualquier fruslería que fuera GRATIS. ¡Oh, mágica palabra que tanto peso tiene!
Atrae por igual a niños que a mayores, a necesitados como a quienes van sobrados de casi todo, a hombres y a mujeres; en definitiva: el caso es que el personal está muy necesitado de que le regalen algo, aunque sea un globo precampaña electoral o un bolígrafo de los de antes y que ya nadie tiene a mano porque no se usa para casi nada.
Me hago la ola a mí misma cuando compruebo que todavía me quedan restos (arqueológicos) de confianza en el ser humano; o que sigo siendo una ilusa lunes, miércoles y viernes –aunque sea de forma virtual y por ordenador interpuesto. Porque está claro que nada, pero nada, nada, de lo que se diga por aquí la gente se lo cree.
Repartí una docena escasa de libros. Unos los envié por correo –en un sobre acolchado y con sello arriba a la derecha-; otros, los menos, los entregué en mano. Todos, feliz y contenta, faltaría más.
Mi ofrecimiento también apareció en Facebook y, aparentemente, se lo tomó el personal a broma; vamos, que no se lo creían. Un desastre. Una desilusión. Una piedra más que añadir a mi mochila de la decepción, porque… ¿Qué significó REALMENTE la renuencia a recibir algo totalmente gratuito? ¿Qué oculta o aviesa intención pudo alguien imaginar existía detrás de la amabilidad? ¿A qué esa desconfianza cuando veo a la gente que exhibe a su familia en las redes sociales, hijos menores incluidos, en colecciones inacabables de fotos vacacionales o de celebraciones estrictamente familiares?
¿E Instagram? Donde veo a hombres y a mujeres en paños menores, exhibiendo “cacho” sin rubor alguno. O las cincuenta mil ochocientas noventa y cuatro instantáneas de sus últimas vacaciones (vídeos incluidos sacando la lengua y poniendo los dedos en forma de cuernos).
Después de creer que “eso” le interesa al mundo, salvaguardan su identidad celosamente para no darme una dirección postal adonde enviar un libro, oiga, algo intrínsecamente útil, valioso y positivo.
O simplemente… ¡es que no leen ni se les espera! ¿Para qué querían UN libro? Si ya las mesas ni cojean…
Lo dicho: hay cosas que nadie quiere ni regaladas. Pero yo pensaba que eran los bulos, las falacias, las fake news, las calumnias, el cotilleo, la envidia y la maledicencia.
Lo de los libros ha sido una puñalada trapera, de verdad.
Y a quienes lo pidieron y lo agradecieron…sigamos disfrutando del placer (gratuito donde los haya) de enriquecer el intelecto y dejar volar la imaginación.
Felices los felices.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
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