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Cecilia Casado

A partir de los 50

Chubasquero, dinero y libertad (Semana Santa en Donosti: un lujo al alcance de todos los donostiarras)

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La Semana Santa nos trae tiempo revuelto, exactamente igual que el tiempo social y político; todo armonizado. Cuando te quedas en casa mientras todos se van fuera de vacaciones haces cosas inusuales, se te “casca” la rutina aunque no quieras, tus amigos se van y los que se quedan andan tan despistados como tú. La soledad me invita a leer, escribir, pintar, ver series y cocinar, pero no puedo quedarme encerrada en casa aunque haga mal tiempo (eso sin contar con mi perrillo), así que me decanto por la opción: ‘turista en su tierra’.

Me calzo las deportivas y enfundo el chubasquero (uniforme imprescindible para propios y extraños en estos días inestables) y, cámara en ristre, me lanzo a las calles de mi ciudad. Como “una más”, sin encomendarme ni a dios ni al diablo, llego andando hasta el centro mientras voy preparándome para mi pequeña transmutación.

Cerca de los andamios de la Catedral (toca madera, seguro que están reforzando la seguridad con el tema de las radiales), paro a una pareja añosa que tienen toda la pinta de ser de aquí y les pregunto dónde puedo encontrar un sitio donde se coma bien y barato. Se miran entre ellos con cara de complicidad y a mí con cara de conmiseración. “Pues comer bien en casi cualquier sitio, pero barato sólo en casa”. Encajo la amabilidad sarcástica y sigo mi camino.

donosti-bahia-xEn la barandilla de La Concha hay que sacar número para arrimarse y posar para la foto de rigor en el nuboso decorado; como voy sola debo pedir a unas aparentemente amables mujeres de mediana edad, que también tienen todo el aire de ser de aquí, si tienen la amabilidad de sacarme una foto en el marco incomparable de belleza donostiarra. Una de ellas se ofrece, mientras las otras dos intentan, infructuosamente, que la riada de paseantes no interfiera durante cuatro segundos en la trayectoria del objetivo de la cámara y mi persona. Tras dos intentos, se me ve entre una familia de franceses con la isla al fondo. Parece que a todo el mundo –autóctonos o no- les ha dado por salir a pasear que es de lo poco (más bien lo único) que se puede hacer sin gastar dinero en esta ciudad en un día festivo.

Arrastrada por la marea humano-paseante y por el gusanillo del estómago- me dejo llevar hasta la Parte Vieja donde la gente se arremolina en las puertas y ante las barras de los bares, pidiendo ‘tapas’ y provistos de platos que –servicial y obligatoriamente- ponen en sus manos los bien adiestrados camareros. Pido un zurito y me delato. Me preguntan desde la barra si voy a picar algo y le digo que sí; al alargarme el consabido plato le dedico al camarero mi mirada ‘no me vaciles que soy de aquí’ y comprende en un nanosegundo que no soy turista, que tan sólo voy disfrazada.

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De repente, una avalancha humana inunda el bar: ha comenzado a jarrear. Intento pagar mi zurito y mi pintxo a un desinteresado camarero que anda medio loco repartiendo platos a diestro y siniestro para que el personal se infle de pintxos de catering, clónicos, iguales en aspecto y precio. No todos los bares son así, por supuesto que no, pero a río revuelto, ya se sabe. Salgo a la calle, previo pago de los 4€ peor invertidos de la semana, y desenfundo mi paraguas.

Vuelvo al Boulevard y me lo quedo todo para mí. Algunos turistas, guarecidos bajo los soportales, me miran con cara espantada cuando dirijo mis pasos bajo el aguacero hacia el mar. Ahí creo que se me ve el ADN completamente. Sólo a los que nos bautizaron con sirimiri se nos ocurre pasear por el borde del mar bajo una tromba de agua.

ciudad-barandillaRespetan las nubes mi solitario paseo y no cierran sus compuertas hasta que ven que ya me he cansado. Entonces, se retiran amables y respetuosas y dejan que vuelva a lucir el sol. De nuevo calles y paseos se llenan de gente. Yo me vuelvo a mi casa y dejo que “la vida de los otros” siga su curso.

Después de comer bien y barato (por unos 4€ aproximadamente) escuchando la música que más me gusta, en la modorrilla pre-siesta, me doy cuenta de que no es grave lo mío. Ni siquiera un poco triste. Porque la soledad en época festiva es cuestión de actitud. ¡Cuántos y cuántos darían lo que fuera por estar en mi lugar y poderse sustraer a las “obligaciones familiares” y campar a sus anchas, en libertad absoluta, durante unos pocos días siquiera y aunque fuera en un lugar menos bonito! Con este dulce pensamiento me retiro a mis aposentos emocionales…hasta el lunes.

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Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

** Fotos: Cecilia Casado

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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