Ayer por la noche el ascensor de mi casa parecía estar enloquecido; una actividad febril le llevaba a subir y bajar continuamente, los vecinos volvían de sus vacaciones de Semana Santa. Se acabaron las veladas silenciosas y tranquilas, de nuevo los televisores atronaron, el portazo cotidiano me devolvió a la realidad. El hormiguero recibe a sus hormigas de siempre y despide a las que estuvieron de visita.
Hoy, a partir de las 7 de la mañana, me despiertan las cañerías, el olor a café, el tráfago de los coches, la radio que da la hora y el estado del tráfico en nuestras carreteras; ya han vuelto todos –o casi todos-, la vida sigue igual.
De nuevo la prisa, las caras cansadas, la preocupación en el ambiente, las críticas en el bar, reponen los yogures en el súper, suenan las bocinas de los autos conducidos por los siempre estresados, volverá –me temo- a sonar el teléfono para venderme servicios que ya tengo contratados, la vida sigue igual.
Pero tengo mi calma renovada, mis silencios encontrados, dos nuevos libros leídos, lo que he escrito, lo que he sentido, el placer de haber disfrutado del sosiego, la paz, la luz de estos días nuevos de esta nueva primavera. No me he movido de mi sitio, en casa, junto a mi perrillo enfermo, aunque hemos disfrutado de muchos paseos por los parques cercanos observando lo que hay a mi alrededor; detenidamente, con calma demorada, perfilando cada contorno y cada sombra, mirando mis manos y lo que ya no contienen, sintiendo la vida despacito, sólo para mí.
Observar la vida en silencio, dejando que los pensamientos se evaporen como hielo al sol, es también un “trabajo”, una actividad consciente y con mucha enjundia.
Me ayuda en esta labor Pablo d’Ors y su especialísima “Biografía del silencio”. Dice: “Es habitual que prolonguemos y agrandemos nuestros sentimientos para sentir que estamos vivos, que nos pasan cosas y que nuestra vida es digna de contarse. Por supuesto que la vida es siempre una interpelación y que todos somos tocados por ella; pero ¿cuántas de nuestras reacciones son auténticas reacciones a la interpelación de la vida y cuántas, en cambio, son simples decisiones mentales que han tomado la interpelación como excusa, pero que la han dejado, definitivamente, muy atrás? En mi opinión, nos inventamos nuestros estados de ánimo en gran medida. Somos responsables de nuestro estar bien o estar mal. Esas prolongaciones artificiales de las emociones pueden controlarse y hasta abortarse gracias a la meditación, cuyo propósito real, tal y como yo lo entiendo, es enseñar a vivir la vida real, no la ficticia. “
He aprovechado la soledad para meditar y sacarle un sentido a “ciertas emociones negativas”. Puedo ser más poderosa que mis fluctuantes estados anímicos y estoy aprendiendo a disociar esas emociones de determinados pensamientos. La mente no es un “caballo desbocado” como decía Cioran mientras se tiraba de los pelos.
Todo es mucho más sencillo de lo que nos empeñamos en hacer ver porque, en el fondo, queremos diseñar un protagonismo para poder mirarnos…y vernos. Comprendiendo esto me río de mi fatuidad y me tomo un cortadito tranquilamente.
Además, me siento moderadamente feliz, así que supongo que no lo estoy haciendo tan mal, aunque me aflora la pena por quienes están amargados y persisten en “morir con las botas puestas” de su amargura a cuestas. Pero son decisiones ajenas, al fin y al cabo…
Felices los felices.
LaAlquimista
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