No sé quién se inventa los refranes al igual que tampoco sé quién se inventa los chistes, pero este es uno de los más contradictorios que conozco: “Más vale solo que mal acompañado”.
Lo escuché por primera vez de boca de mi padre cuando, con ocho años, mi amiga del alma me dio la espalda por un asunto de importancia vital: si jugaba a cromos conmigo siempre le ganaba, así que decidió ir a probar fortuna a la otra esquina del parque. Obviamente no podía entender la barata enseñanza que me quería dar mi padre, podía haberse molestado en explicarme algo más, yo tan sólo sabía que tenía que llorar por no tener con quien jugar, por la soledad recién estrenada. Ahí creo que el fátum empezó a cebarse en mí.
Bastantes años más tarde, cuando dejé de salir con mi novio de toda la vida, harta de aburrirme los domingos en un bar viendo fútbol o de que me dejara en casa a las 10 para él largarse de parranda con sus amigos, intenté consolarme con el refrán de marras, y tampoco. Entonces me di cuenta de la cantidad de veces que lo escuchaba a mi alrededor, de cuántas situaciones se resolvían con dicho aforismo, como si el zapatazo anímico de quedarse más solo que la una pudiera compensarse con la sutil soberbia subyacente en el maldito refrán.
¿Qué tu marido se enamora de una mujer 15 años más joven y te da como solución 500€ al mes para que le críes a los niños?, pues eso, más vale sola que mal acompañada. ¿Qué tus amigas deciden que ya no les apetece salir por la noche a cenar ni a tomar una copa?, otra vez más vale sola –en casita- que mal acompañada. ¿Qué tus compañeros de trabajo babean por el jefe y a ti te miran como bicho raro porque no vas a tomar cervecitas con ellos? Pues de nuevo mejor sola –mientras los demás se divierten- que mal acompañada. Y así ad nauseam.
Pero no es cierto, he descubierto que hay una gran mentira detrás de todo esto. Porque veo a mi alrededor personas que prefieren mil veces estar mal acompañadas antes que estar SOLAS, porque son legión quienes siguen viviendo con una pareja aburrida, sin chispa alguna y ya sin cariño por el PAVOR a quedarse en soledad. (Y no hablemos ya de intereses de confort o necesidades puramente económicas que entonces la tasa de acomodación se pierde en la estratosfera). ¿Y quien tiene que aguantar día tras día ver que el único ser vivo que se alegra de su vuelta al hogar familiar es el perro…?
Supongo que hay en todo esto un factor educacional que nos impele a “soportar”, como si de un fatal destino se tratara, situaciones de profunda infelicidad por mor del buen comportamiento social, por hacer lo que se espera de nosotros que hagamos, por la paz un Avemaría…
Y ahí es donde, con más de cincuenta años y viviendo en un país de costumbres aparentemente libres, incluso para las mujeres, podemos todavía dar un giro de timón tan fuerte como sea necesario. Porque nunca estaremos TOTALMENTE solas o solos, aunque no haya pareja afectiva, habrá familia o hijos o amigos o incluso, amantes. Y es mejor disfrutar de lo que tenemos que quejarse por lo que nos falta. Y si no se tienen pues se buscan que tampoco es tan difícil socializar si uno tiene ganas o necesidad, sin olvidar que la mejor compañía… debería ser la propia.
Lo que siempre tendremos será nuestra propia compañía, íntegra e integral, saludable y poco traicionera. A disfrutar(se), pues.
Felices los felices.
LaAlquimista
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