En esta cultura nuestra nos han enseñado que es el ahorro práctica conveniente y prudente para propiciar un buen dormir. Así pues, mi madre, cumpliendo las normas al uso de la época, me quiso convencer de dividir el sueldo (mi primer sueldo) en tres partes: una para colaborar en casa, otra para mis gastos y la tercera para ahorrar. Pero a mí se me antojó que el fruto de mis sudores prefería organizarlo como mejor me conviniese y me negué en redondo a acatar el criterio ajeno e hice de mi capa un sayo. Tampoco se piense nadie que en mi casa estábamos como para necesitar la magra aportación de mi primer empleo en cuyo caso, probablemente, las cosas hubieran sido diferentes.
El caso es que , a lo largo de mis más de treinta años de fichar todas las mañanas, -antes se fichaba, no sé a qué viene ahora tanto alboroto en las empresas por controlar el tiempo de trabajo del empleado si es cosa que cae de cajón- seguí tropezándome por doquier con ese concepto arraigado, casi visceral, de considerar el ahorro como una de las grandes virtudes a que puede aspirar el ser humano.
Los que no tenemos caudales inmensos, los que vivimos de nuestro sueldo en un nivel sin estridencias, ¿de qué nos sirve ahorrar? La respuesta sería: “para el día de mañana” o “por si pasa ‘algo’.
¿El día de mañana? ¿Por si pasa algo?
El día de mañana es hoy y ese ‘algo’ ya ha pasado. Estamos quietos-parados sin atrevernos a pestañear por miedo a que nos cobren por ello, asustados pensando en que toda una vida laboral va a quedar reducida a una pensión de jubilación inferior a cualquier subvención de esas que dan hoy en día. Miramos el saldo de la cartilla como si fuera la panacea de nuestros males…Mal, muy mal.
Ahorrar no alarga la vida, ahorrar dinero no es garantía de felicidad futura alguna, ahorrar no es más que el producto de una manipulación educacional bien orquestada para que los bancos sigan quedándose con el fruto de nuestro dinero.
Y el fruto de ese dinero no deberían ser los miserables porcentajes de interés que pagan como si fuera la limosna a la salida de misa, porcentaje que en estos momentos y para una cuenta corriente es del 0,00% de interés. Es decir, CERO PATATERO, lo mismo que da el dinero debajo del colchón.
El fruto de ese dinero debería ser…el viaje que siempre se soñó hacer, invitar a los hijos a algo bueno, bonito y caro, regalarse bienestar –aire libre, masajes, talasoterapia-, ir al teatro todas las semanas, no perderse ni un concierto, comprar esos libros caros que nos tientan… o renovar la cocina, el baño y poner una chimenea –aunque sea de pega- en la sala.
Porque ese dinero ahorrado acabará sirviendo únicamente para ser los más ricos del cementerio… y eso sí que es la estupidez más grande que se puede cometer. Ya lo decía mi abuela: “recuerda que los sudarios no tienen bolsillos…”
En contraposición con mi padre que era agorero: “Ahorra, hija, que si no cuando tengas 50 años ya verás…”. Pues nada, papá, superados los cincuenta con creces “no he visto nada”…malo y sigo viviendo al día más feliz que una perdiz.
¿Qué algún día tengo que tirarme de los pelos por no tener cien mil euros (es un decir) ahorrados en el banco y morirme con lo puesto? Pues lo siento por mis herederos, pero a mí…que me quiten lo bailao. Aunque si a la gente mayor le da seguridad tener dinero en el banco pensando que con ello se va a librar del cáncer, el Parkinson, el Alzheimer o simplemente morirse de viejos pasados los noventa…pues benditos ellos.
Hay costumbres que duran toda una vida.
Felices los felices.
LaAlquimista
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